Unas pocas horas atrás, sonó el despertador en millones de
casas de Europa. Padres y madres, al trabajo; la criatura -así,
mayoritariamente en singular y eso donde la haya- al colegio. Cada cual arrastrado
por una rutina solo soliviantada por un fárrago creciente de incertidumbres.
Las informaciones acerca del resultado electoral en Italia que dan por muy
ganador a Fratelli d’Italia, con ser un síntoma (en segunda acepción RAE), no
trastocan apenas nada; todo lo más, provocan un lamento o un aplauso, un seguir
a lo que toca y un vendrá lo que tenga que venir. Un “lo que tenga que venir”
que en cuestión económica será poco más de lo mismo. En otro costado, con otras
pretensiones, allá por 2015 en Grecia, con la Syriza de Tsipras, también hubo
respuesta a los postulados de la UE. Y como si nada. El que presta manda. La
deuda de Italia obliga a su gobierno, al que sea, a obedecer para recibir los
fondos de recuperación. Pese a la contundencia de los discursos, el margen de
maniobra es escaso.