Resuenan las charangas, las plazas se ornamentan, los
reencuentros se celebran, los abrazos se multiplican, las calles bullen, el
vino corre… Castilla y León, sus pueblos, festejan. Pocos son los que no marcan
sus días grandes a lo largo de una de estas semanas; ninguno deja de tener al
lado algún otro que sí los celebra. Pueblos llenos de vida, de apariencia de
vida, de una vida ya impropia. Un resurgir temporal, una imagen de lo que pudo
haber sido, la añoranza de unos abuelos que asumieron que el progreso -o
simplemente un chusco que llevarse a la boca- se hallaba más allá, mucho más
allá, de la raya del pueblo, en la capital. Una generación tras otra; sangre
que desangró, desangramos, me incluyo, la primera tierra que nos vio.