Seguro que
recuerdan aquellos patéticos primeros chistes que nos contábamos. Tenían todos
como protagonista a Jaimito. Uno de ellos relata cómo una chiquilla le dice a
otra que Jaimito le ha ofrecido un duro por subirse a un árbol. La segunda niña
le responde que lo que pretendía el chaval era verle las bragas. La primera
sonríe con aire de ingenua ambigüedad y le replica que eso ya lo sabía y que,
para evitarlo, se las había quitado antes.
No soy capaz de
poner rostro a ese Jaimito etéreo que es el poder económico que todo lo puede,
que decide por nosotros. Pero consigue su propósito con creces, porque por
menos de un duro ha logrado que varios de nuestros gobernantes accedan a sus
peticiones y suban a un árbol mostrando impúdicamente sus vergüenzas. El
problema es que el árbol es tan alto que lo vemos todos. Desde allí arriba, el
Ministro del Interior muestra que bajo sus calzones tiene un proyecto de ley de
seguridad ciudadana (¡anda qué!) cuyo único propósito es blindar las calles
para reprimir, ley en mano, cualquier tipo de protesta imponiendo sanciones que
sonarían ridículas si se tratase de un chiste, pero estamos hablando de nuestra
realidad.