Nuestras cabezas
pueden ser armas de destrucción. En ese amasijo formado por millones de
neuronas interconectadas que es nuestro cerebro, reside el misterio más
indescifrable: la naturaleza del ser humano, la de todos y la específica de
cada uno. Podemos saber cosillas, incluso intuir otras de mayor alcance, pero
hasta un punto, a partir de ahí empieza el vacío. Averiguar cuáles son los
estímulos y cuáles las reacciones, las relaciones entre unos y otras, sigue
siendo un pozo insondable incluso para los profesionales del asunto. Se
estudia, se investiga, se experimenta, se avanza, pero lo que se conoce sigue
siendo del tamaño de un alfiler comparado con el inmenso mundo de lo ignoto.
Una de las formas de ir anclando lo poco que se sabe es agrupando realidades
bajo los límites de las palabras.