Tengo cáncer, o lo tuve, que ya no sé cómo se debe decir. Me
enteré hace trece meses. Hace doce, justo un año el pasado sábado, me abrieron de
par en par; en el quirófano quedó el riñón derecho con su uréter
correspondiente. No sé cómo será, ni siquiera si será, el mañana. Tampoco lo
sabe nadie entre los que no han recibido este preaviso, en esta discoteca todos
bailamos sin saber cuándo dejaremos de escuchar la música.
Habrá muchas más, pero así a bote pronto, se me ocurren un
par de diferencias entre los picados y los no picados por el bicho. De un lado,
la estadística: si nos controlan tanto es porque los datos informan de que es
más probable una segunda parte o un remake que el estreno de una nueva obra.
Que nuestro cuerpo ya es terreno conquistado y, como Polonia, parece que está
más expuesto a una nueva conquista que los territorios vírgenes. De otro, pasamos
de la ‘incertidumbre de la seguridad’ - solo la razón aportaba zozobra a
nuestro seguro caminar; estábamos vitalmente muy lejos de
una experiencia que nos enfrentase de forma tan nítida al posible fin de
nuestros días- a la ‘seguridad de la incertidumbre’, a solo tener claro que
¡quién sabe!