Como si fuera así de sencillo; como si, con solo desearlo,
con solo decidirlo y exclamar ‘sea’, inmediatamente se cumpliera el vehemente
anhelo. ‘Armemos a los ucranianos’. Y ya. En nada expulsan al invasor ruso, se
castiga a Putin y demás líderes por sus felonías y pasado mañana todo es
historia. ‘No a la guerra’. Dicho y hecho. Todo el mundo implicado lee la
pancarta. Rusia se retira hacia dentro de sus fronteras, Ucrania promete ser
buena, la OTAN su fusiona con alguna orden franciscana, los pajaritos cantan,
las nubes se levantan. El ‘no a la guerra’ lejano, distante, sin más compromiso
con lo que se enarbola que gritarlo cuando el hecho parece irreversible, ayuda
más al bienestar del que lo dice que a reparar nada.
Lo siento, en medio de tanta certeza, no sé nada salvo que llevarse las manos a la cabeza cuando sucede lo que se sabía que podía suceder tiene poco sentido y ninguna utilidad. Salvo que construir el mundo que se desea, si hay mundo que se desee, es un ejercicio arduo, continuo. Por lo que nos toca como España, dejar de exportar armamento e impulsar esta decisión en los ámbitos internacionales en los que participemos.