domingo, 25 de septiembre de 2016

APENAS HILVANADO

Nuestro protagonista se acercó al taller de sastrería para recoger el traje que había encargado días atrás. Abrió la puerta, asomó la cabeza, miró a uno y otro lado, pero no vio a nadie.

–Buenas tardes. Dijo con un volumen de voz lo suficientemente alto para que le pudieran escuchar en el resto de dependencias. Ninguna voz le respondió. Tras dudar un instante, decidió entrar y esperar en el propio taller la llegada del sastre. No tardó en localizar una silla en la que acomodarse. Desde allí estuvo observando cada detalle: los rollos de tela que se apilaban al fondo, un buen puñado de patrones amontonados en la mesa que quedaba al lado y cinco maniquíes inmóviles y perfectamente alineados como cinco soldados delante del sargento, como cinco alumnos de bachillerato recibiendo una reprimenda del jefe de estudios. Los cinco iban vestidos de traje. Nuestro protagonista se levantó, se acercó a ellos y pudo observar que de cada uno colgaba una etiqueta en la que figuraba un nombre. A la cuarta dio con el suyo. Se separó un par de metros para observar con cierta distancia y le gustó lo que vio. El traje le pareció precioso, el corte se ajustaba a lo que había solicitado... Sonrió.