El cielo en lo alto, tan lejos de Castilla, no hubo forma
humana de desentrañarlo. Como el empellón democrático llegó a España después
que los tractores, el señor Cayo ya había tenido tiempo de quedarse solo. El
medio rural había casi completado la primera fase de la despoblación, las
generaciones más jóvenes, las fértiles, habían buscado futuro y acomodo en el
País Vasco, Cataluña o Madrid. La segunda toma forma de cuenta atrás, “en
Martos (quedan) cinco. Aguarde, digo mal, cuatro, el Baudilio falleció el mes
pasado”. Así, hasta que el último apague la luz.
Porque ‘El disputado voto del señor Cayo’ va de eso -ni importa el voto, ni hay disputa por él. De hecho, el único encontronazo, y digo encontronazo porque para pelea son necesarias dos partes, del que se da cuenta en las páginas del libro, se nutre del rencor previo. El sentido del voto del anciano no tiene rango ni de excusa-, de la inexorable muerte de un mundo que se va apagando en silencio delante de nuestros ojos aunque no acertemos a verlo.