Tierra de pies en
polvorosa, cuyos caminos, más que unir, son las venas abiertas por las que se
desangra, Castilla, muere enseñoreada de sí misma sin saber lo que es porque
nunca quiso mirarse. Envejecimiento, despoblación, palabras, palabras contra
las que se combate tratando de mirar atrás para recrear las calles llenas de
cuando el campo necesitaba manos. El futuro, si lo hay, es otra cosa. No asumir
que los pueblos, muchos, habrán de morir es negar la esencia de las cosas. Cabe
el llanto, a algunos se nos sepultará un trozo de nosotros mismos, la nostalgia
arañará nuestros corazones, pero no hay más, las distancias ya no son lo que
eran, los servicios se concentrarán en menos localidades. Queda el mientras
tanto, la atención imprescindible en tanto en cuanto haya algo de vida porque
la eutanasia no tiene sentido en estos casos. Los pueblos que han de morir lo
han de hacer el día que les toque. Pero este mientras tanto es compatible con
una visión a largo plazo que enfoque sus esfuerzos en las cabeceras de comarca,
de lo contrario estas correrán el mismo destino poco más tarde.