Apenas ha pasado un año desde que Aznar estrenara chaqueta como
presidente de Europa y tan seguro estaba en su trono patrio que él, en
conciliábulo consigo mismo, decidiría quien de sus hijos heredaría la nave. Apenas
hace un año, en la clausura de esa liturgia catódica en que se envuelve cada
congreso del PP un Aznar eufórico, con esa sonrisa ensayada ante el espejo para
improvisarla después, veía como sus huestes jaleaban el “España va bien”
embriagadas por el anís del poder. No sé si no querían ver o el humo del
incienso se lo impedía, pero, ¡sólo hace un año!, en sus discursos contaban
cuentos de un país de rosas con fondo azul-gaviota regido con pericia
incuestionable por un gran capitán. Hasta entonces navegábamos sobre las
tranquilas aguas de un ciclo de crecimiento económico y los bogantes, asustados
por el poder de la oficialidad del barco, remaban y callaban. Ese tiempo parece
ya muy pasado. Los brujas que marcan el signo de la economía mudaron sus designios
y el capitán se ha mostrado incapaz de navegar cuando la mar se embravece. Un
recorte en los derechos de los remeros encendió la mecha. Desde entonces el
capitán navega contra el parecer de buena parte de la tripulación. En estas
circunstancias cambiamos de tripulación
o cambiamos de capitán.