La figura del
cómplice es la más rica en matices, tanto da si hablamos de la realidad como si
lo hacemos de cine o de literatura. No deja de ser un personaje ambivalente ya
que el papel que juega pasa por parecer otra cosa distinta de la que es con el
fin de distraernos para que no fijemos la vista en el sitio donde su compinche
perpetra el crimen que entre ambos habían preparado. Es el que grita ¡fuego! para que abandonemos nuestra
casa facilitando que otro la desvalije o el que roba unos caramelos para atraer
la atención del vigilante mientras su secuaz se lleva el contenido de la caja
registradora. A veces, me da por pensar que todo esto de la corrupción no es más que otra película con el mismo
argumento, que los tipejos que van apareciendo en estas primeras escenas no son
más que los cómplices de un robo de mayor calado: la de nuestras haciendas y
nuestras vidas.