miércoles, 18 de junio de 2014

SOLAMENTE DOS PUNTOS CARDINALES

Somos así de exagerados; el doce de octubre de 1492 Cristóbal Colón pone un pie en un punto inconcreto de las Bahamas y para mentar el hecho decimos, así, de carrerilla, que descubrió América. Vamos, como ordeñar una cabra en el islote de Perejil y que tus descendientes cuenten que un antepasado suyo ya conocía África. Colón dejó, eso sí, la puerta abierta y a través de ella fueron entrando barcos y más barcos, gentes y más gentes, que dominaron todo el territorio y a quienes allí vivían. Pero América no era una habitación que se ve de golpe cuando uno asoma la cabeza, no. De hecho, cuando los españoles, ya en la América continental, fueron avanzando se encontraron con los Andes, una pared que no dejaba ver lo que había detrás. Hernando de Magallanes tuvo el impulso cotilla y se dijo: “Si no puedo atravesar la pared, la rodeo yendo hacia el sur, pero no me quedo sin saber lo que hay detrás”. Se montó en una nao que en un exceso de optimismo fue bautizada como Victoria y, navega, navegando, allá por 1520, supo que existía un territorio al que los lugareños llamaban algo así como Chile. Pero Magallanes había cogido el gusto por el mar y siguió su periplo. Tres lustros más tarde, ya sabiendo que tras la pared había un valle, los españoles intentaron apoderarse de él. Esta vez se dejaron de barcos y entraron por el norte. El primero que lo intentó fue Diego de Almagro, pero la cosa no le fue muy bien. Al poco, Pedro de Valdivia se puso manos a la obra con el tacto habitual y comenzó una guerra, la de Arauco, que terminó tres siglos más tarde. Alonso de Ercilla escribió ‘La araucana’ un poema épico en el que quiso relatar las vicisitudes de la guerra pero, claro, no hay poeta que trescientos años aguante, y aunque publicó tres partes, le faltó tiempo. Desde entonces sabemos que Chile: “La gente que produce es tan granada,/ tan soberbia, gallarda y belicosa,/ que no ha sido por rey jamás regida/ ni a extranjero dominio sometida”. Haría bien Vicente del Bosque en tomar nota porque pareciera que Alonso de Ercilla hubiera escrito estos versos tras ver algún partido a la actual selección chilena. Puede que no tenga los mejores jugadores, ni los más vistosos, pero ninguno de ellos traiciona sus convicciones, ni desiste en el empeño. Valdivia minusvaloró la capacidad de aquellos pueblos, pensó que le ofrecerían menos batalla que los incas, y perdió la vida.