Somos así de exagerados; el doce de octubre de 1492
Cristóbal Colón pone un pie en un punto inconcreto de las Bahamas y para mentar
el hecho decimos, así, de carrerilla, que descubrió América. Vamos, como
ordeñar una cabra en el islote de Perejil y que tus descendientes cuenten que
un antepasado suyo ya conocía África. Colón dejó, eso sí, la puerta abierta y a
través de ella fueron entrando barcos y más barcos, gentes y más gentes, que
dominaron todo el territorio y a quienes allí vivían. Pero América no era una
habitación que se ve de golpe cuando uno asoma la cabeza, no. De hecho, cuando
los españoles, ya en la América continental, fueron avanzando se encontraron
con los Andes, una pared que no dejaba ver lo que había detrás. Hernando de
Magallanes tuvo el impulso cotilla y se dijo: “Si no puedo atravesar la pared,
la rodeo yendo hacia el sur, pero no me quedo sin saber lo que hay detrás”. Se
montó en una nao que en un exceso de optimismo fue bautizada como Victoria y,
navega, navegando, allá por 1520, supo que existía un territorio al que los
lugareños llamaban algo así como Chile. Pero Magallanes había cogido el gusto
por el mar y siguió su periplo. Tres lustros más tarde, ya sabiendo que tras la
pared había un valle, los españoles intentaron apoderarse de él. Esta vez se
dejaron de barcos y entraron por el norte. El primero que lo intentó fue Diego
de Almagro, pero la cosa no le fue muy bien. Al poco, Pedro de Valdivia se puso
manos a la obra con el tacto habitual y comenzó una guerra, la de Arauco, que
terminó tres siglos más tarde. Alonso de Ercilla escribió ‘La araucana’ un
poema épico en el que quiso relatar las vicisitudes de la guerra pero, claro,
no hay poeta que trescientos años aguante, y aunque publicó tres partes, le
faltó tiempo. Desde entonces sabemos que Chile: “La gente
que produce es tan granada,/ tan soberbia, gallarda y belicosa,/ que no ha sido
por rey jamás regida/ ni a extranjero dominio sometida”. Haría bien Vicente del
Bosque en tomar nota porque pareciera que Alonso de Ercilla hubiera escrito
estos versos tras ver algún partido a la actual selección chilena. Puede que no
tenga los mejores jugadores, ni los más vistosos, pero ninguno de ellos
traiciona sus convicciones, ni desiste en el empeño. Valdivia minusvaloró la
capacidad de aquellos pueblos, pensó que le ofrecerían menos batalla que los
incas, y perdió la vida.