Septiembre es el
mes más temido por los estudiantes, en él se centrifugan las últimas esperanzas
de vencer en el mismo campo en que tres meses atrás se había salido derrotado.
Es el corolario de un verano grisáceo porque la obligación impone techo cuando
la ventana dice luz. Los moratones de aquella batalla, además, siguen ocupando
espacios de piel. Lo peor es que este esfuerzo tardío, muchas veces denodado,
no siempre desagua en el río del desquite. Muchas veces el trance del verano se
multiplica, septiembre, en vez de pomada, es otro nuevo puñetazo. Salvo que seas
el gobierno.
Cuentan que un
examinando decidió jugarse en verano todo a una carta. Eligió, entre todas, la
lección referida a la civilización romana y rehusó estudiar el resto del
temario. Llegada la fecha, folios en blanco, boli en mano, esperó la voz del
profesor. Este, antes de desear suerte a toda la clase, les dio a conocer el
tema que habrían de desarrollar, el Antiguo Egipto. Nuestro protagonista empezó
a escribir: El Antiguo Egipto
fue una civilización que surgió a orillas del Mediterráneo como la romana,
civilización esta que surge de la expansión de la ciudad de Roma… y así hasta
llenar diez hojas. Suspendió, parece que era obvio, pero no lo sería tanto si el
examen fuera firmado por el gobierno.