Supongo que las cosas
habrán cambiado desde entonces, pero cuando uno vuelve la vista hacia atrás y
la fija en aquella época en que la semana no era más que una larga espera que
encontraba sentido a partir de los viernes, rememora un tiempo envuelto en una
doble capa de optimismo y perseverancia. O sea, una concatenación de intentos
fallidos que culminaban en la vana esperanza de que la semana siguiente sería
distinto. Llegada la hora salíamos en tropel a la fiesta de cualquier pueblo o,
en su defecto, a la Peñaranda capital de aquella comarca en la que conviven
tres provincias. Ahora llegaban los de tal pueblo, ahora los del otro hasta
abarrotar el aforo de las calles. Los chicos de entonces, copa en mano, aires
de yo pasaba por aquí, nos acercábamos a las chicas con las que íbamos
coincidiendo en cada garito.