No ha concluido el partido del sábado y, sin digerir, con el bocado en el
esófago, ya tenemos otro plato servido para el martes. Deprisa, deprisa... El
futbolista se hastía de fútbol y los aficionados, entre tanto plato, no somos
capaces de separar la paja del grano. O quizá de tanto grano podemos llegar a
la saciedad. Perdida la capacidad de fascinación queda el poso de la indigesta
hartura. Y hartos, nuestro paladar no distingue un bocado de jamón y uno de mantequilla. Nos hemos dejado
abrumar por unas circunstancias que nos arrastran hacia campos de fuerzas
centrípetas capaces de expulsar al hombre a la periferia de su propio destino.
Todo muy deprisa. Si paramos nos caemos como si nuestra cotidianidad fuese una
bicicleta. Hemos caminado, caminamos, neuróticamente acelerados, generando
riqueza para unos pocos, conformismo para otros y hambre para lo más. Recolocar
al hombre en su sitio, a la cabeza de las prioridades, es el reto al que nos
debemos enfrentar. Quizá ésta deba ser la reivindicación del 1º de mayo.