lunes, 25 de mayo de 2015

Y ESTALLÓ ¿TARDE?

La mar, como el día en que nació Abenámar, estaba en calma. La tarde transcurría insulsa, pero ni más ni menos que otras. Quizá podría parecer algo más anodina de lo habitual porque la contienda, para los locales, no tenía otro sentido que el de ir templando el acero para ir teniendo a punto la espada con la que habrá de jugarse el pellejo. Pero era una calma chicha: el público, como si fuera un agricultor que observa en mayo la cebada, empezó a sudar los siete males. El verde iba dejando paso a un amarillo amenazante; el cereal, azuzado por el calor, pide un agua que ni llega, ni -y eso es lo que rompió la calma- parece que pueda llegar. Y estalló. Lo hizo, como tantas otras veces, a destiempo. La proverbial paciencia castellana, que en tantas ocasiones se propone como virtud, tiene, en no menos casos, su contrapartida tenebrosa: de tanto saber aguantar, las decisiones se posponen hasta que no hay vuelta atrás.