Una derrota pudo ser el detonante. El
ánimo, ese chófer borracho, me acercó a un brumoso paraje donde la niebla
mortificaba mi espíritu con juegos visuales. Los mitos históricos del club,
inaccesibles a mi memoria, trenzaban un juego rebosante, exquisito, procaz,
voluptuoso... con el que otros, en otros tiempos que nunca fueron, se solazaron
como yo no puedo gozar ahora. La envidia creó una desazón que tiñó de azabache
al rojo de mi sangre. Ya no era capaz de recrearme en ese pasado sólo
torturarme con las caras de quienes me arrebataron ese milagro.