lunes, 28 de enero de 2019

O MAYÚSCULA EN TORNO A LA BOCA

Foto "El Norte"
Aunque cueste creerlo, hubo un tiempo en que la comunicación oral fue toda así, de boca a oreja. La escrita podía alcanzar mayor distancia, pero, por contra, tardaba mucho más y se corría el riesgo de que no llegara a su destino. ¿Cuántos amores se habrán dejado de consumar por una desalmada nota que desapareció en algún punto del camino sin que el destinatario tuviera siquiera consciencia de que fue escrita?
Era la escrita, además, una comunicación menos habitual, como de día de fiesta. La espontánea, la natural, la de cada jornada laborable, se efectúa hablando. Los juegos de la calle, por ejemplo, casi nunca admitían otro lenguaje. Así aprendimos a hablar bajito si queríamos que nos oyese solo el amigo de al lado; un poco más alto, para que se diera por aludida toda la pandilla y a voces cuando uno o varios estaban al otro lado de la plaza. En este último caso, con las dos manos formando una O mayúscula alrededor de la boca, improvisábamos una corneta que hacía que nuestras palabras llegaran sin pérdida al otro lado de la calle. Nunca supimos, ni nos planteábamos, si de verdad ese gesto tenía algún sentido. De hecho los alguaciles o los sacristanes, las personas encomendadas para pregonar, no se valían de dicha artimaña. Ellos, sin más recurso que sus cuerdas vocales, tal como Manuel Alexandre en ‘Amanece que no es poco’, conseguían que todos los de la plaza escuchásemos que “de orden del señor cura se hace saber que Dios es uno y trino”, quisiera decir esto lo que quisiera decir.