La patria, para los dueños de esas bocas que no dejan de repetir dicha
palabra, nunca es la patria entendida como tal, nunca es ese concepto casi
aséptico que define la RAE. El vocablo ‘patria’, pronunciado así, como con
cierto aire litúrgico, se refiere siempre a una visión de ella, un modelo que
actúa como un tamiz por el que muy pocos pasan. Y los que no pasan, sobran.
Donde ‘sobran’ no es más que un eufemismo.
Poco problema habría si lo dicho en el párrafo anterior permaneciese en
el ámbito teórico, pero como siempre que vienen mal dadas, ese concepto atávico
de la patria vuelve a escena con papel de protagonista. Puede que en otras
latitudes -en aquellos territorios que fueron dependientes, bien política, bien
económicamente, de una metrópoli colonial- esta apelación tenga un sentido
liberador; pero en nuestro occidente, desde hace mucho, escuchar repetidamente
la palabra ‘patria’ es sinónimo de ponerse a temblar.