lunes, 17 de octubre de 2016

MOYANO Y LA PREPOLÍTICA


Respiramos sin querer. A partir de ahí, casi todas las cosas que hacemos o dejamos de hacer parten de una decisión previa que habremos tomado. Podemos decir que no es tan así, que no nos queda mucho margen para poder elegir. Es un debate, ciertamente; aunque en nuestras sociedades, incluso esa mayoría que está supeditada a unas realidades que imponen determinados tipos de conducta, siempre existe un camino, por arduo que sea, por caro que cueste el peaje, que comienza en nuestra decisión. De esa libertad puesta en conflicto con las demás surge la necesidad de la política en una sociedad. Una política que es como lo que se ve de cualquier edificio, de cualquier árbol: una imagen que se sostiene como imagen; pero que, en la realidad, sin cimientos o raíces no aguantaría las lluvias de la primavera más seca, el viento del otoño más calmado. La política, la pobre política, de la misma manera, se desmorona cuando llegan las vacas flacas si la planta no ha agarrado en fuertes asientos prepolíticos, esos que permiten que la política sea posible y se sostenga. Si esta es la pugna de las diferencias, aquella apunta a las condiciones iniciales, a las bases comunes aceptadas antes de comenzar la partida: el reconocimiento previo de la divergencia y unos principios éticos socialmente compartidos. Cuando esto cruje, el árbol, la casa, caen y toca volver al principio. Así estamos, en esta España de la crisis interminable la información no se hace eco de avatares políticos sino de constataciones de que la raíz prepolítica se secó; no se plantean diferentes modelos, se confirma que el pacto previo se rompió y toca volver a cimentar con el hormigón de, por ejemplo, la honradez. No es que se haya roto ahora, ahora es cuando nos hemos dado cuenta. Ha sido así de paradójico: cuando la cosa parecía ir bien, (casi) nadie se fijaba en los cimientos. En las malas, al ver la casa demolida, la política pasó de no preocupar a molestar.

Cinco veces, no una ni dos, el Pucela agachó la cabeza de forma consecutiva. Lo que en otras circunstancias, dado lo hiperbólico que es el fútbol, hubiera supuesto un drama, se asumió con naturalidad. El Pucela perdía y perdía mientras parecía avanzar. Lejos de propagar el nerviosismo en la grada, el rostro de la afición reflejaba una inusitada calma. La razón, aunque lo visible, el fútbol, no deparase aún réditos, las bases prefutbolísticas se mostraban sólidas. En una sociedad así, con seguridad lo bueno está por llegar. Más cuando se ha aprendido de tiempos pasados en los que ocurrió lo contrario. El año pasado, por ejemplo, no sufrimos por la ausencia de fútbol, nos indignamos porque no se respetó ni una sola de las bases previas. La diferencia no estriba en el nombre del entrenador ni en la calidad de tal o cual jugador, simplemente depende de los valores en que se asienta la sociedad correspondiente. Vean sino: Moyano, el mismo jugador que la temporada pasada deambulaba por los campos, hoy nos parece un lateral comprometido y capaz de hacer lo que un año antes no creímos que pudiera, verbigracia, la jugada del segundo gol. Moyano ha tenido que decidir y ha decidido. Ha respondido a Dylan tras contar los caminos que tiene que recorrer un futbolista antes de llamarle futbolista. Claro que no solo dependía de él, pero de él, en parte, dependía. Y ha cumplido su parte hasta convertirse en el paradigma de la metamorfosis.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 17-10-2016

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