lunes, 16 de diciembre de 2002

RIDÍCULO EN EL ÍNDICO

Es impagable la foto de la escena. Suena el teléfono, Federico Trillo-Figueroa y Martínez-Conde al aparato. Por su semblante parecería que su interlocutor fuese el mismísimo sanjosemariaescribadebalaguer y le estuviera revelando que iba a ser el sucesor del otro venerable, tal era su estupefacción (y sus genuflexiones). Pero no, se trataba de Bush requiriendo sus servicios. Un “a sus ordenes” enfático y marcial se pudo oír al otro lado del tabique. Y tal cual, los marines patrios apresaron un barco maligno que, en su culo de traficante, acarreaba unos misiles norcoreanos despistados hacia su Yemen final. Ahí es nada la cosa, mientras los cuatro quisquillas desleales de siempre se empecinan, erre que erre, en sus críticas acicaladas de negro-marea, somos propuestos por el todopoderoso para profesar como eje del eje del bien. Dos telediarios sin Galicia, una sonrisa del presidente y después una segunda llamada: de lo dicho nada, los misiles de mis amigos son mis misiles y pelillos a la mar.
Sainete en tres actos. Pero tras la risa llega el regusto amargo, ese poso que deja el vino tomado con una pistola apuntando a tu sien. Bombas de ida y vuelta  con remitente oculto. Millones de dólares para millonarios de poder. El resto somos carne de cañón. Medio siglo después podemos cantar con Berlanga: “Americanos os obedecemos con alegría...”, pero que alegría más triste.