lunes, 16 de febrero de 2015

SUFRIR DE MÁS

En las tripas de cualquier guerra siempre encontramos otras menores, pero no necesariamente menos virulentas. Guerras dentro de las guerras que tienen como objetivo colocarse en el sitio óptimo para recoger las medallas de la victoria y con ellas el dominio de la morgue o para salvar el culo si la derrota aparece en el horizonte. Peleas dentro de la pelea para imponer el dominio en el bando propio o con el objeto de adecuar el terreno para los futuros escenarios. En los momentos en los que el ser humano es llevado al límite, junto con los comportamientos más heroicos, en el mejor sentido de este término, aparecen todas las miserias para las que que el hombre está capacitado, o sea, todas las miserias. La guerra que sufrió España tras el golpe de estado del 36 es un claro exponente. Al margen del enfrentamiento entre los defensores de la república y los postulantes del golpe militar, hubo batallas internas más o menos soterradas con diferentes intenciones. En la parte republicana, los enfrentamientos internos fueron permanentes entre trostkistas y anarquistas que defendían que la revolución se debería llevar a cabo a la par que la guerra y el estado republicano junto con diversas organizaciones políticas cuya prioridad era vencer en la guerra y, por tanto, centrar en ella todos los esfuerzos. La explosión se produjo en mayo del 37 y Barcelona fue el campo en que se libró la batalla. El cineasta Ken Loach lo cuenta nítidamente en su ‘Tierra y libertad’. Entre los sublevados las tensiones venían derivadas de los distintos objetivos del variopinto entramado de intereses políticos, económicos y personales. Según la tesis defendida por varios autores, entre los que destaca el hispanista británico Paul Preston, para encontrar sentido a alguna de las decisiones tomadas por Franco hay que creer que su objetivo no era vencer con prontitud en la guerra sino retrasar la victoria. Sirve de ejemplo la decisión de posponer el avance hacia Madrid y el desvío de tropas a Toledo buscando una victoria simbólica que le enalteciese ante los suyos. Ralentizando el éxito ganaba tiempo para hacerse con el poder absoluto en su bando y, por consiguiente, para adueñarse del país tras la victoria. Por otro, además de vencer podría ‘barrer’ a cualquiera del que se sospechase que podría pensar distinto a lo que habría de ser obligatorio.