martes, 29 de abril de 2014

LÁGRIMAS DE BERGDICH

A lomos de su montura, Boabdil se aleja. El caballo no llega ni a trotar, porque el jinete no tiene fuerza para mover los arreos. No tiene fuerza ni para girar la cabeza y mirar por última vez aquella fortaleza que parecía teñida de rojo por el reflejo de las luces de las antorchas. No tiene el valor suficiente para enfrentarse a la visión de la imponente alhambra que se alza majestuosa, porque esa sola imagen es la crónica de su derrota, de una derrota que le perseguirá hasta el final de los tiempos. El que había sido monarca del reino nazarí caminaba ahora hacia un exilio que no era más que la consumación de la pérdida, la puesta en escena de una humillación, la muerte en vida. Visto de lejos es un espectro que deambula en medio de la noche, de cerca no es más un despojo de grandeza que se balancea según la voluntad del viento. Una lágrima recorre su rostro avejentado de tanta pena. Aixa, su madre, cabalga al lado. El aroma de su cara huele a rabia destilada, mira a su hijo con desprecio y replica a su llanto: «Llora como una mujer lo que no supiste defender como hombre». No sabemos si en realidad ocurrió de esta manera, es imaginable, en cualquier caso, las respuestas del alma encogida de Boabdil, pero nadie estaba allí para atestiguarlo. Pero, como a todo derrotado, la historia le juzgó de forma severa convirtiéndole en un pelele propicio para ser manteado por los escribanos. Esas supuestas lágrimas, la reprimenda de su madre -una mujer-, sirvieron a un intrascendente escritor apellidado Echevarría, que vivió allá por el siglo XVIII, para forjar la imagen de un rey débil y para asociar esa laxitud al carácter femenino. Los hombres no lloran, ya se sabe. Hasta que lloramos. Hasta que por fin pudimos llorar y afirmarlo públicamente: ni llorar es de débiles, ni es de mujeres, ni, por supuesto, mujer y debilidad son términos sinónimos.

jueves, 24 de abril de 2014

NO SOMOS DE CAFÉ

Tierra de pies en polvorosa, cuyos caminos, más que unir, son las venas abiertas por las que se desangra, Castilla, muere enseñoreada de sí misma sin saber lo que es porque nunca quiso mirarse. Envejecimiento, despoblación, palabras, palabras contra las que se combate tratando de mirar atrás para recrear las calles llenas de cuando el campo necesitaba manos. El futuro, si lo hay, es otra cosa. No asumir que los pueblos, muchos, habrán de morir es negar la esencia de las cosas. Cabe el llanto, a algunos se nos sepultará un trozo de nosotros mismos, la nostalgia arañará nuestros corazones, pero no hay más, las distancias ya no son lo que eran, los servicios se concentrarán en menos localidades. Queda el mientras tanto, la atención imprescindible en tanto en cuanto haya algo de vida porque la eutanasia no tiene sentido en estos casos. Los pueblos que han de morir lo han de hacer el día que les toque. Pero este mientras tanto es compatible con una visión a largo plazo que enfoque sus esfuerzos en las cabeceras de comarca, de lo contrario estas correrán el mismo destino poco más tarde. 

jueves, 17 de abril de 2014

INGENIEROS QUE SOBRAN

Al final no sé si las procesiones de Semana Santa son un hecho cultural con reminiscencias religiosas o una serie de actos religiosos que se manifiestan a través de la cultura. Supongo que serán las dos cosas a la vez y, según para quién, tendrá más preponderancia un aspecto o el otro. Lo cierto es que, como en todo espacio en el que las personas se relacionan, se producen situaciones humanas perfectamente extrapolables a cualquier otra faceta de la vida. Año tras año, cuando llega esta semana móvil, recuerdo una escena que se produjo hace casi veinte años en León en medio de la procesión del Viernes Santo. La escena consiguió sustituir el silencio propio del momento por las carcajadas de todos los que por allí andábamos.

domingo, 13 de abril de 2014

POR UNA SOCIEDAD DE HOMBRES Y MUJERES LIBRES: VIVA LA REPÚBLICA

Hace 83 años un runrún de libertad atizaba el aire de la primavera, una mueca cómplice de alegría se dibujaba en la mirada de mujeres y hombres que oteaban futuro tras un pasado de penurias, de sombras, de tiranías, de caciques y curas trabucaires. A la vez, pero no entre ellos, las gentes de orden, los apellidos de siempre, sentían en sus cogotes el miedo a perder los privilegios propios que no son otra cosa que derechos ajenos usurpados.

Quiero recordar, pero no para rememorar a secas, sino como ejercicio de vinculación con los valores republicanos. Los mismos que ayer cuajaron y que más temprano que tarde han de volver como hecho porque nuestros corazones los ansían y nuestras manos siguen disponibles.  

sábado, 12 de abril de 2014

INDULTO NO; TESÓN

Los humanos construimos nuestra realidad con palabras. No solo para explicarla, también para comprenderla. Por eso, nada mejor que la poesía para explorar en nuestros sentimientos, porque cuando se trata de lo profundo no es nada sencillo atinar con las palabras adecuadas para comunicar cómo nos encontramos. Cuando estamos realmente mal, sufriendo por alguna de esas jugarretas que la vida propone en nuestro camino, tenemos dificultades para transmitirlo. Llegados a este punto tenemos que recurrir a un poema o incorporar metáforas al lenguaje cotidiano. Tenemos que agarrarnos a palabras como ‘alma’ con las que pretendemos definir algo tan etéreo e inaprensible como la parte inmaterial de las personas o recurrimos a la metonimia dirigiendo al corazón el dolor de todo el cuerpo. El corazón, dicen los médicos, no duele, sin embargo utilizamos este órgano para referirnos a un dolor ilocalizado, a un pesar que afecta al todo, al vacío, por ejemplo, que sufre una madre cuando siente que puede perder un hijo.

jueves, 10 de abril de 2014

UN CINE EN PERPIGNAN

Unas hermosas vacas pastando por los campos verdes, tierras de labranza que ofrecían varias cosechas al año, en Europa siempre llovía cuando hacía falta. Platos llenos, varias comidas al día, frigoríficos repletos, lavadoras automáticas, televisores en color, en los diccionarios de Europa no aparecía la palabra preocupación. El homosexual español besaba a su pareja en la calle cuando soñaba Europa. Cuando soñaba Europa la madre soltera no sentía las miradas inquisidoras disparadas desde el vecindario, es más, la mujer era tratada por ley igual que el hombre. El trabajador no se refugiaba en la luz de la luna para afiliarse a un sindicato, es más, tenía derechos. Europa era el trayecto al sueño de cada uno. Las costa era un poco Europa,  en cualquier playa un perplejo trabajador de SEAT escuchaba a uno de Volkswagen decir que podía pagar un avión y venir a España de vacaciones. Las suecas venían de Europa, el rostro de Alfredo Landa se acaloraba porque pudo tocar Europa cuando España no se dejaba tocar, era pecado. España en sí era un cura reprimiendo. Hasta muchos curas se sentían abrumados de los curas y se quitaron la sotana porque era más europeo. En la tele no había rombos, en las calles nadie decía cómo vestir, los cines se proyectaban todas las películas sin necesidad de que un censor firmase el nihil obstat. Europa eran dos tetas en una pantalla de cine en Perpignan. Europa era el otro lado y los Pirineos eran una valla como la de Ceuta o Melilla.

lunes, 7 de abril de 2014

ÓSCAR, EL INSUMISO

El primer siglo de vida de los Estados Unidos cuenta la historia de una expansión territorial que duró prácticamente hasta que el propio país sufrió una implosión, esa guerra civil conocida como la Guerra de Secesión. México, el de abajo, sufrió en sus carnes el mordisco del gran vecino que acababa de ver la luz. En 1846 el ejército estadounidense invadió México tras un litigio originado un año antes cuando se formó, sobre territorio que había sido mexicano, la República de Texas. En aquel momento, Henry David Thoreau, un filósofo puritano de Massachusetts, se negó a pagar impuestos al considerar ilegítimo que se destinasen a esta contienda, así como a mantener un sistema en el que la esclavitud estaba amparada por la ley. Debido a ello, fue encarcelado. Para justificar teóricamente su decisión escribió ‘La desobediencia civil’, en la que defendía que los ciudadanos deberían tener más poder frente a los Estados y que esto solo sería posible si cada persona se implicaba en su comunidad. Desobedecer las leyes era, en alguna instancia, la única salida digna de un ciudadano coherente frente a ese poder. En nuestro país el mejor exponente de este compromiso colectivo lo tuvimos con el movimiento de objeción de conciencia que, a finales del siglo pasado, impulsó campañas a favor de la insumisión –la negativa a la realización del servicio militar– como forma de apostar por una sociedad en la que el papel de los ejércitos fuera progresivamente disminuyendo. Ilustres defensores de esta forma de entender la vida fueron el ruso Tolstói, el indio Mahatma Gandhi, el nor­teamericano Luther King o el sudafricano Mandela. Ayer, en el estadio Zorrilla, se sumó a esta lista el futbolista pucelano Óscar. El poder establecido le ordenó jugar por la banda izquierda, en la posición teórica de extremo izquierdo, pero él, después de remolonear un poco por aquella zona, decidió que ese terreno no era el suyo y caminó río arriba hasta la demarcación en la que se encuentra más a gusto, o en la que cree que más puede ofrecer al equipo. La diferencia entre una y otra razón no es menor porque afecta al meollo teórico que califica a una desobediencia como legítima. En el primer caso, que fuera por su gusto, estaríamos ante una actitud pueril de niño malcriado o de adulto egoísta que solo obra en su beneficio. En el segundo, nos encontraríamos ante una actitud madura, comprometida y que, siendo el jugador consciente del riesgo de que el peso de la ley del entrenador cayese sobre sus espaldas, asumiría pensando en el beneficio colectivo. Quiero pensar que ha sido la segunda más que nada porque en este caso, al menos por lo que a ayer respecta, Óscar dobló el peso de la autoridad y el entrenador decidió, con la entrada de Bergdich por Manucho, reubicar a los jugadores permitiendo que el salmantino jugase en la posición de ‘10’.

jueves, 3 de abril de 2014

DIFERENTES, NO RAROS

Mi madre quería que estudiásemos, le costase lo que le costase. Y le costó muchas horas de esfuerzo, alguna noche sin dormir y muchos desvelos, pero se salió con la suya. Al fin y al cabo, lo que su vista podía alcanzar no llegaba a ver ningún futuro en el pueblo, así que lo mejor era que nos fuésemos de allí y buscásemos en los libros el pan del mañana. Eran tiempos en los que estudiar era sinónimo de progreso económico, la única escapatoria de un espacio en el que el reloj parecía haberse parado quizá definitivamente. La montaña rusa de la historia se encargará de desmentir aquel axioma, pero entonces es lo que había. Cuando esa tarde llegué a casa, ella me mostró la  revista de un colegio en Palencia. Allí habría de ir. Leí cada párrafo, escudriñé cada foto, mi imaginación recorrió cada recoveco, soñé con un mundo tan diferente al que había sido el mío hasta ese momento. Un detalle, sin embargo, captó especialmente mi atención: entre los alumnos fotografiados estaba Enrique. Además de piscina, campos de fútbol, salas de juegos, había un negro. Podría ver frente a frente a alguien de otra raza. Enrique fue mi primera pregunta cuando, por fin, llegué al colegio. Desde entonces han sido muchas las cosas que he visto y una sola la que he aprendido, cada ser humano es radicalmente diferente al resto y a la vez esencialmente igual a los demás. En lograr ese difícil equilibrio entre diferenciarnos de los demás y ser, a la vez, parte de ellos se asientan buena parte de nuestras frustraciones y nuestras alegrías. Fito con sus Fitipaldis decía que no sabía si era él o el mundo el que estaba cabeza abajo y definía su malestar: se sentía raro, no diferente sino raro.