lunes, 12 de enero de 2009

FÚTBOL SIN VIDILLA NO ES FÚTBOL



Para muchos, la final del Mundial del 70, aquel Brasil-Italia, es el mejor partido de la historia del fútbol. Otros tendrán grabado algún encuentro por las emociones que le deparó en su momento. La calidad brutal de unos jugadores confabulados o la nostalgia de triunfos añejos conforman el acervo particular de nuestro imaginario futbolístico. Pues bien, salvo para cuatro ‘zumbetas’, esos partidos no son más que recuerdos del pasado, imágenes muertas, ya que siempre preferimos ver el partido venidero, vivo e impredecible. Esa emoción es la que nos mantiene despiertos frente al juego; cuando se extingue, el fútbol muere. El encuentro de ayer careció de emoción desde la expulsión de Marcos. No hubo más partido, nadie creyó, a partir de ese instante, que el guión escondiera un giro imprevisible que no deparase una derrota pucelana. Durante quince minutos nos alimentamos con la esperanza de que el partido del miércoles hubiese sido un mal sueño. El Real Valladolid salió con otro talante, con más decisión y acercándose con buen criterio a la portería gijonesa. Gaseosa. No sabemos si por falta de concentración generalizada o por la desubicación de algunos jugadores -Luis Prieto en el lateral derecho, Iñaki Bea reién llegado a la titularidad tras meses parado- se concatenaron una serie de errores que propiciaron el 1-0. A partir de ahí el equipo cayó como un castillo de cerillas. Un ratito mortecino y la tarjeta roja dieron al traste con cualquier atisbo de esperanza. El resto del partido fue una hora de lánguida espera que precede a una semana de dudas.
Cuatro partidos perdidos -tres de Liga y uno de Copa- de forma consecutiva tiran por la borda la alegría de una afición que soñaba con un año sin agobios y que empieza a runrunear.
Más allá de las bases del estilo de Mendilibar hay algo innegable: su equipo siempre propone. Algo que no ha ocurrido en el periplo gijonés. Tendrá que ver con el momento físico de la plantilla o con cierto grado de conformismo, pero el inicio de una cuesta abajo siempre acarrea un riesgo, hoy por hoy, innecesario. Estamos ante el segundo bajón de la temporada, del primero se salió con matrícula de honor. El partido de vuelta de la Copa puede abrir la espita por la que se reinicie otra escalada.
Hace un mes, el Valladolid se codeaba sobrado con los equipos de la parte noble de la tabla y miraba con ilusión el cuadro copero. Tras un aciago comienzo de año, los próximos dos partidos de liga y el de Copa, todos en casa, marcarán el ánimo con el que se afrontará el tramo decisivo de la temporada. Es la hora de la afición: hay que apoyar ahora para exigir despues.