Si Erwin Schrödinger hubiera vivido en algún pueblo por el que discurre
la línea férrea Valladolid-Salamanca, habría situado su paradoja en el interior
de uno de los trenes que vería circular. El físico austriaco, para introducirnos
en los misterios de ese arcano que es la física cuántica, explicaba el
principio de la superposición –que de forma simultánea, un objeto pueda tener
varios valores diferentes de una misma magnitud- con un sencillo ejemplo. Se
encierra un gato en un bunker en el que se ha colocado una frágil ampolla llena
de gas venenoso. Pasado el tiempo, la ampolla puede haberse roto -y el gato
muerto- o no. En esas circunstancias, desde la perspectiva de la mecánica
cuántica, el gato estará vivo y muerto a la vez. Hasta que se abre la caja,
entonces el gato estará vivo o estará muerto. Pero no las dos cosas.