lunes, 7 de abril de 2014

ÓSCAR, EL INSUMISO

El primer siglo de vida de los Estados Unidos cuenta la historia de una expansión territorial que duró prácticamente hasta que el propio país sufrió una implosión, esa guerra civil conocida como la Guerra de Secesión. México, el de abajo, sufrió en sus carnes el mordisco del gran vecino que acababa de ver la luz. En 1846 el ejército estadounidense invadió México tras un litigio originado un año antes cuando se formó, sobre territorio que había sido mexicano, la República de Texas. En aquel momento, Henry David Thoreau, un filósofo puritano de Massachusetts, se negó a pagar impuestos al considerar ilegítimo que se destinasen a esta contienda, así como a mantener un sistema en el que la esclavitud estaba amparada por la ley. Debido a ello, fue encarcelado. Para justificar teóricamente su decisión escribió ‘La desobediencia civil’, en la que defendía que los ciudadanos deberían tener más poder frente a los Estados y que esto solo sería posible si cada persona se implicaba en su comunidad. Desobedecer las leyes era, en alguna instancia, la única salida digna de un ciudadano coherente frente a ese poder. En nuestro país el mejor exponente de este compromiso colectivo lo tuvimos con el movimiento de objeción de conciencia que, a finales del siglo pasado, impulsó campañas a favor de la insumisión –la negativa a la realización del servicio militar– como forma de apostar por una sociedad en la que el papel de los ejércitos fuera progresivamente disminuyendo. Ilustres defensores de esta forma de entender la vida fueron el ruso Tolstói, el indio Mahatma Gandhi, el nor­teamericano Luther King o el sudafricano Mandela. Ayer, en el estadio Zorrilla, se sumó a esta lista el futbolista pucelano Óscar. El poder establecido le ordenó jugar por la banda izquierda, en la posición teórica de extremo izquierdo, pero él, después de remolonear un poco por aquella zona, decidió que ese terreno no era el suyo y caminó río arriba hasta la demarcación en la que se encuentra más a gusto, o en la que cree que más puede ofrecer al equipo. La diferencia entre una y otra razón no es menor porque afecta al meollo teórico que califica a una desobediencia como legítima. En el primer caso, que fuera por su gusto, estaríamos ante una actitud pueril de niño malcriado o de adulto egoísta que solo obra en su beneficio. En el segundo, nos encontraríamos ante una actitud madura, comprometida y que, siendo el jugador consciente del riesgo de que el peso de la ley del entrenador cayese sobre sus espaldas, asumiría pensando en el beneficio colectivo. Quiero pensar que ha sido la segunda más que nada porque en este caso, al menos por lo que a ayer respecta, Óscar dobló el peso de la autoridad y el entrenador decidió, con la entrada de Bergdich por Manucho, reubicar a los jugadores permitiendo que el salmantino jugase en la posición de ‘10’.