En cualquier plaza, una criatura se acerca a otra que está
sentada en el suelo jugando con sus muñecos de superhéroes. La recién llegada,
con cierta timidez, pregunta, “¿puedo jugar contigo?”. “No –responde tajante la
otra –“. Sorprendido tras la negativa, la que permanece de pie repite la frase
que con frecuencia escucha en clase, que tal vez ha oído en casa, que
probablemente se la hayan dicho en alguna situación similar en la que
desempeñaba el rol opuesto, “tenemos que compartir”.
Conoce la teoría, como su interlocutor, como el resto de la chavalería, pero solo la plantea en el momento que le beneficia.