Debe de ser que no me entero, que existe algún
sobreentendido del que todo el mundo está al corriente menos yo. El caso es que
en multitud de temas de debate político y social no sé, más allá de obvias
vaguedades, qué es lo que se pretende, no sé a dónde queremos llegar. Observo y
veo a seres extraños discutiendo sobre quién está más facultado para
conducir el autobús pero sin respondernos cuando preguntamos que hacia dónde lo
quieren llevar.
Escucho, y dicho con prosopopeya como para aparentar
conocimiento, con formas rotundas como para mostrar seguridad, qué medidas
tomaría cada cuál; pero, insisto, no estuve pendiente en el momento en que se
explicaba el ‘para qué’. De esta manera, las retahílas de propuestas, ellos
dicen ‘soluciones’, se me antojan tan absurdas como la lectura de una guía de
teléfonos.
Da igual si me pongo las gafas de cerca. Vaguedad: urge
acabar con la despoblación. Huecas declaraciones de intención: ‘será nuestra
prioridad’, ‘invertiremos en’. Listados de medidas sin más: ‘la cobertura
telefónica llegará hasta el último rincón y tal y tal’. ¿Qué me está contando?
No, por favor, antes de nada diga cada cual qué entiende por ‘acabar con la
despoblación’. ¿Intentar -por dios, por dios, por dios, qué cosas- que se
mantengan vivos todos los pueblos? ¿Pretender que se asiente la población en lo
que podemos denominar como cabeceras de comarca, en las capitales de provincia
y poco más?