Siempre hemos
escuchado que la historia la cuentan los escribas del bando vencedor. No es
cierto del todo, la realidad más certera nos muestra que si el derrotado tiene
más poder (aunque parezca una contradicción ocurre a veces) es capaz de voltear
la realidad e imponer su mirada. Así sucede en muchas guerras de
descolonización, incluidas las actuales, en las que el imperio encalla. Pero
las verdades y las mentiras que conviven impresas en los libros de historia
tienen cada vez menos peso en el imaginario colectivo. El conocimiento racional
se encoge para el común de los mortales ante la pujanza de los medios
audiovisuales que intervienen en el territorio de las sensaciones o en el de
las emociones. Conocemos más de la II Guerra Mundial por el cine o por las
novelas que por los libros de historia. Así, podemos pensar que el desembarco
de Normandía se produjo por el engaño de los aliados sobre el punto concreto en
que tal ofensiva se iba a realizar, se tiende a olvidar que ese engaño solo
pudo darse porque el grueso del ejército alemán estaba enterrándose en
Stalingrado y no podía defender más de un flanco en las costas francesas.