Bangladés está a una docena de horas en avión o a noventa
años en la memoria de nuestros antepasados. Allí, ahora, cualquier niño, cambie
usted yugo por telar, “Carne de yugo, ha nacido/más humillado que bello, /con
el cuello perseguido/por el yugo para el cuello.” Sus fotos nos atormentan,
tanto hemos recorrido desde antaño, como el espejo que devuelve nuestras
miserias. Ellos son los otros, la contrapartida, el mal necesario que soporta
nuestras bien parecidas vidas. Ellos, cualquiera de ellos “Nace, como la
herramienta, /a los golpes destinado”. Ellos que también, y en mayor medida,
son ellas.
Miramos de reojo y sentimos lástima, ese extraño sentimiento
que acomoda la tristeza al ‘qué se va a hacer’ que nos permite seguir viviendo
como si nada hubiera sucedido. Pero ha sucedido, y sigue sucediendo que “Cada
nuevo día es/más raíz, menos criatura, / que escucha bajo sus pies/ la voz de
la sepultura.” Mirad de nuevo las fotos, de frente, porque ellos somos
nosotros, su cara es la nuestra. Solo nos separa el azar, diez mil km allá o noventa
años atrás que nosotros no elegimos. Bangladés es hoy lo que nuestros abuelos fueron.
Ellos enrabietados, “Y como raíz se hunde/ en la tierra lentamente/ para que la
tierra inunde/ de paz y panes su frente”, se rebelaron contra el cielo que les
caía encima.