domingo, 14 de enero de 2024

EL SILENCIO DE LAS CINTAS SIN CASETE

En casa de mi abuela Agustina no había televisión ni casete. Tanto ella como Miguel y Carmen, sus dos hijos, que, vicisitudes de la vida, nunca abandonaron ese austero hogar, el mismo en el que nacieron, mataban las horas al calor de la lumbre, bien conversando, bien leyendo, bien escuchando las noticias tras afinar el dial en el aparato de radio. Disfrutar de la música no formaba parte de sus gozos. Sin embargo, en la repisa de la chimenea, casi como un objeto de culto, reposaba una cinta de un joven barbudo al que yo, por supuesto, en aquel tramo final de la década de los setenta, aún desconocía. Eso sí, su nombre, resaltado en la carátula, me resultaba demasiado familiar: Joaquín Díaz.