Las imágenes nos espantan, los relatos nos estremecen, las
perspectivas que se apuntan nos provocan lástima. En cualquier caso, no pasamos
de entender el horror afgano como algo profundamente distante, ajeno, que no
nos toca ni de refilón. Bueno, algo sí si recordamos que algún contingente
militar español estuvo por allí asentado. Pero aquella presencia tampoco nos
relaciona; en el fondo -así pretendieron venderlo, así lograron transmitirlo-,
estaban allí, en un mundo lejano, inhóspito, salvaje, como aquellos frailes de las misiones para
los que se sacaba la hucha el día del Domund. Pura bondad, nada que ver con
intereses geoestratégicos que nunca se escriben en los discursos oficiales. Nunca
o casi nunca, porque a veces, se escape un poco de verdad, tras veinte años,
Biden reconoce que «Nuestro único
interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy lo que siempre ha sido:
prevenir un ataque terrorista en la patria estadounidense».