jueves, 16 de mayo de 2013

HACE DOS AÑOS

Hace dos años era nada y era todo. De golpe la calle dejó de ser solar y recobró la vida, la plaza era, de nuevo, ágora. La política, esa peste de la que había que huir según los que siempre vivieron de ella, empezó a ser tema cotidiano de conversación con el peluquero, con la quiosquera, en el ascensor. Bob Dylan nos preguntaba que cuántas veces puede un hombre volver su cabeza fingiendo simplemente que no ve. Súbitamente se sufría por los efectos secundarios de la ingenuidad, haber regalado la política a unos pocos, haberla dejado en manos de unos personajes que se fueron convirtiendo en casta. Y así, con la desfachatez de quienes se saben impunes, regalaron el país para quedarse con las mordidas. No fueron muchos los que se lo llevaron crudo, pero fueron pocos, muy pocos, los que mantuvieron la dignidad, los que denunciaron que ‘la ley’ venía dictada desde arriba para que se sirviesen de ella como de un guante blanco. Regalaron el país mientras fingían emocionarse con sus símbolos, estos patriotas de pulsera rojigualda lloraban ante la bandera mientras entregaban en bandeja a sus paisanos.