Los ángeles no tienen sexo’, más que una frase hecha o una aparente
explicación terrena que puede servir para ilustrar a los creyentes
acerca de una realidad incognoscible, es un adagio, una sentencia moral.
La frase de marras enfoca el camino a la perfección, el referente al
que deben aspirar las personas de fe: desprenderse del cuerpo, alejarse
de los placeres que este pueda proporcionar. No es casual que cualquier
persona consagrada haya tenido que realizar un voto de castidad por el
que renuncia a cualquier práctica sexual: ser como ángeles, ese es el
ideal. Esta abstinencia, sin embargo, no te acerca a los ángeles ya que
ese ‘no tienen sexo’ no puede ser considerado como explicación sino como
un terreno metafórico en el que el sexo es la imagen que aúna todas
las pasiones y pulsiones de los seres corpóreos. La diferencia entre lo
angelical y lo humano no es la tenencia o carencia de órganos genitales,
su uso o la negación de él. Es más, esto último, las más de las veces,
puede ser contraproducente porque genera una disfunción entre lo que se
siente y el compromiso adquirido o, en el peor de los casos, porque
puede ocurrir lo mismo que a una olla de vapor cuando se obstruye la
válvula: la tapadera se enfrenta a una realidad física y vuela por los
aires. Ni somos ángeles, ni podemos serlo.
En ‘Cielo sobre Berlín’ Wim Wenders cede el protagonismo de su película a dos ángeles que bajan a la Tierra con la misión de insuflar ganas de vivir y mitigar el dolor que la vida, en algún momento, produce. Hay dos líneas que no pueden atravesar: ni pueden modificar la vida de las personas con las que se cruzan, ni pueden hablar de su procedencia. Con su cuerpo recién adquirido (aunque solo puedan verlo la buena gente y los niños) pasean por la capital alemana, uno de ellos va sintiendo la eternidad como un castigo y aspira a beber todos los tragos de la vida humana incluido el amor.
En ‘Cielo sobre Berlín’ Wim Wenders cede el protagonismo de su película a dos ángeles que bajan a la Tierra con la misión de insuflar ganas de vivir y mitigar el dolor que la vida, en algún momento, produce. Hay dos líneas que no pueden atravesar: ni pueden modificar la vida de las personas con las que se cruzan, ni pueden hablar de su procedencia. Con su cuerpo recién adquirido (aunque solo puedan verlo la buena gente y los niños) pasean por la capital alemana, uno de ellos va sintiendo la eternidad como un castigo y aspira a beber todos los tragos de la vida humana incluido el amor.