La profesora de inglés había decidido que el libro sobre el que
trabajaríamos ese curso fuese ‘The grapes of wrath’. Un libro del que nunca
antes habíamos tenido noticias, escrito por un autor estadounidense apellidado Steinbeck.
Tenía ya veintitantos cuando volví a leer, ahora en castellano, ‘Las uvas de la
ira’, la historia de un desahucio, un engaño, un sueño y una frustración, la
historia de tantas personas, en tantos lugares del mundo, en todas las épocas
de la Historia. Muy al principio del libro podemos leer cómo le comunican a uno
de los protagonistas -Muley
Graves- que
debe abandonar su casa y la respuesta de este al hombre que llevaba la orden de
embargo: “Os tenéis que ir, yo no tengo la culpa. ¿Y de quién es la culpa?, le
pregunté yo. Porque al culpable le abro la cabeza. Es la Compañía de tierras y
ganados de Shawnee. Yo sólo cumplo órdenes, y ¿quién es esa compañía? No es
nadie, es una compañía. Para volverle a uno loco. No había nadie a por quien
pudieras ir. Mucha gente sencillamente se cansó de buscar a alguien a quien
echar la culpa y con quien descargar su furia. Pero yo no. Yo no me harto de
estar enfadado y no pienso marchar”. Bien escribe Steinbeck, “para volverle a
uno loco”. No hay culpables, nunca los hay, las compañías, las grandes
empresas, son monstruos multiformes, engendros con mil cabezas con potestad
para decidir sobre nuestras vidas. Los que dan la cara solo cumplen órdenes,
las personas de a pie no saben de qué manera defenderse, porque el ataque se
presenta como si fuera tan inexorable como las leyes de la física, una especie
de ley de la gravedad. Es el sistema.