En cualquier comedieta romántica, el entramado se dibuja
como un campo de minas intransitable que sugiere que no va a ocurrir lo que
todos sabemos que terminará por suceder. Entonces, como de repente, cuando se
ha dado a entender que el más que previsible romance entre los dos protagonistas
ha ido al traste, un giro de guion permite que todas las dificultades se
soslayen, que todos los nudos se desaten y que se cierre la trama con un final
feliz. Entre todas ellas, una obra teatral destaca por el prestigio del autor,
William Shakespeare, y por lo bien que el título refleja la peripecia
argumental y la filosofía vital de un gran número de congéneres: “A buen fin,
no hay mal principio”.Foto "El Norte de Castilla"
Todo el pucelanismo, él el que más, lamentó la ocasión errada por Plano cuando el partido estaba aún en pañales. Lo mismo sucedió al poco tras un error similar de Guardiola. Entonces teníamos claro que esos nonatos goles solo podían sumar en el platillo blanquivioleta de la balanza. Tras el partido, tras conocer el resultado, mejor será no volver la vista atrás: ¿quién sabe qué hubiera ocurrido si las cosas no hubieran sido como efectivamente resultaron ser? La sabiduría china nos enseñó que un sutil aleteo de una mariposa en determinado lugar puede sentirse tiempo después en el sitio más alejado. Vaya, que cualquier variación de las circunstancias, cualquier modificación de las condiciones de partida, podrá desplazar a gran distancia la desembocadura de un sistema dinámico caótico como lo es un partido de fútbol. Y dado que el de ayer concluyó con un resultado óptimo, mejor, ya digo, que todo sucediera, errores incluidos, tal y como sucedió.