sábado, 14 de marzo de 2015

EL VIEJO TONTO QUE REMOVIÓ LAS MONTAÑAS

 “Si hay hombres que contienen un alma sin fronteras,
una esparcida frente de mundiales cabellos,
cubierta de horizontes, barcos y cordilleras,
con arena y con nieve, tú eres uno de aquellos”.
Al soldado internacional caído en España
Miguel Hernández

La primera foto fue tomada en la primera mitad de la década de los setenta. Un chaval que no ha cumplido los veinte años se incorpora a la Joven Guardia Roja, la rama juvenil del Partido Comunista de España (Internacional) que poco después cambiaría su nombre por el de Partido del Trabajo. En su cara se refleja el entusiasmo, podemos ver como levanta la vista convencido de encontrar más adelante una tierra en que pone libertad. La segunda tiene apenas mes y medio, está tomada de noche. El protagonista es aquel mismo chaval y aparece hablando con idéntico entusiasmo. En sus ojos se refleja una emoción que se transmite por todo su cuerpo y a su vez la transmite al pequeño grupo de gente que le rodea. Acababa de conocerse el resultado de las elecciones legislativas en Grecia y de saberse que la coalición de izquierdas había conseguido mayoría suficiente para formar gobierno. Pero aunque el brillo en los ojos de Miguel Ángel Blanco sea idéntico en ambas fotografías, aunque el entusiasmo permaneciese, a pesar de seguir siendo capaz de emocionar y de emocionarse, las fuerzas ya no eran las mismas. A pesar de ello, seguiría cavando hasta el último aliento, sin cejar en su decisión primera, como en el protagonista de aquella antigua fábula china que reseñara Mao titulada “El viejo tonto que removió las montañas”. Miguel Ángel, aquel chaval, sabía de sobra que había removido mucha tierra, que desearía remover toda, pero que no el tiempo se le agotaba. No era excusa, él siguió hasta el último instante porque un revolucionario no tiene miedo a nada ni a nadie.
Entre una y otra fotografía habían transcurrido cuarenta años, toda la vida adulta de Miguel Ángel, toda una vida en que sus principios fueron innegociables. Fueron cambiando sus ideas - que no son sino el camino para dar forma a los principios- según iban cambiando los tiempos; fue modificando su apuesta estratégica porque lo que ayer era útil iba dejando de serlo y un hombre audaz no se empeña en mantener instrumentos que ya no servían, ni se arredra por poner en marcha los nuevos. Así, en los años setenta tocaba jugarse el tipo por derribar un régimen dictatorial y tocaba poner un grano de arena para lograr una sociedad más justa y libre. Pues desde sus tiempos de estudiante en la Facultad de Medicina de la Complutense puso su grano a través su militancia y activismo político en aquella Joven Guardia Roja y en el Partido del Trabajo, en el que militó hasta su disolución en 1980. Tocaba crear y fortalecer un tejido social en el ámbito que correspondiese por duro que fuese. Pues si duro era el ejército de entonces, se incorpora a la ilegal Unión Democrática de Soldados asumiendo tareas dirigentes y realiza el servicio militar en Huesca con la intención de extender la militancia en la organización y así propagar una visión democrática del ejército.
Los ochenta fueron los años del activismo social, de aspiraciones de cambio que luego resultarían frustradas, de creación de colectivos que miraran el mundo de forma global, que denunciaran lo injusto del sistema económico apuntando a sus causas y tratando, en la medida de lo posible, de paliar algunas de sus consecuencias, fueron los años de las luchas antimilitaristas del “OTAN no, bases fuera” que supuso el punto de partida de Izquierda Unida. Pues Miguel Ángel, por una parte, milita en esta organización política, es el responsable del área de Paz y Solidaridad, forma parte del Consejo Político Federal. Por la otra, participa en la creación del ARSA (Asamblea antimilitarista SA) o de la Asamblea Pacifista desde la que organizan los proyectos de solidaridad " 1.000.000 de Lápices para Nicaragua" y la campaña "Barco por la Paz para Nicaragua". Una campaña que no elige Nicaragua por que sí: el país centroamericano, su revolución sandinista, la última de las revoluciones, estaba en el punto de mira del poder imperial que no podía permitirse que a cuatro pasos de sus puertas, en lo que siempre había considerado su patio trasero, brotase el germen de una nueva sociedad. En ese contexto, con los primeros acuerdos de paz suscritos por los cancilleres centroamericanos en Esquipulas sobre la mesa, el “Barco por la Paz” fue un símbolo del apoyo político a las gestiones pacificadoras del gobierno nicaragüense que zarpó con la vocación de defender el derecho a la Paz y el Desarrollo de los pueblos del (entonces llamado) Tercer Mundo. En las bodegas, el barco transportó los materiales necesarios para la supervivencia de los más elementales planes de asistencia sanitaria, educativa… Porque la paz, sin desarrollo, es una cáscara hueca. Porque el desarrollo es imprescindible para que los planes de paz tengan viabilidad.
Los años noventa son los del desencanto social, los del adormecimiento, los de la desmemoria con respecto al pasado y la ceguera ante lo que ocurría un poco más allá de nuestras narices. Pero también son los años de las acampadas del 0,7, del despertar de una parte de la sociedad, de las huelgas generales en las que Miguel Ángel participó activamente enarbolando la bandera del sindicalismo de clase, una bandera irrenunciable que defendió desde CCOO hasta el último día. Fueron también los años de la primera Guerra del Golfo y de la respuesta en forma de movilizaciones sociales. Miguel Ángel y la Asamblea Pacifista estuvieron entre los impulsores de los movimientos de repulsa y de ahí surge el fuego que le permite imaginar, proponer e impulsar lo que fue su gran legado, la Asamblea de Cooperación por la Paz. Una organización que es social y es política si es que ambas cosas pueden separarse. Un proyecto que mira al mundo de forma global y extiende su actividad por Oriente Medio, Centroamérica, Caribe, Colombia, por el Magreb y África Occidental, con el mismo anhelo que el joven Miguel Ángel de la primera fotografía: la defensa de un mundo más justo y más igualitario y con el mismo brillo en los ojos del Miguel Ángel ya enfermo de la segunda: el del viejo tonto que remueve montañas. Una organización que carecería de sentido si en su labor no se hubiera encontrado con otras gentes, de aquellos lugares en los que trabaja, que luchan en pos del mismo sueño emancipatorio a través de organizaciones sociales hermanas.
Una organización que hubiera sido irrealizable sin su presencia constante, un proyecto ahora huérfano que se ve obligado a imaginar cómo será la vida sin su fundador y su espíritu, sin Miguel Ángel. Pero se la imaginará porque Asamblea de Cooperación por la Paz ya es mayor de edad y tiene preparación suficiente para emprender ese camino, para continuar por ese camino de ‘los principios’ tan bien trazado. Al fin y al cabo, el propio Miguel Ángel inculcó el mismo espíritu del viejo tonto de la fábula: “…después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran, quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente”. Asamblea de Cooperación por la Paz cuenta con una ventaja: la fuerza del recuerdo, el recuerdo de la fuerza, de “aquella voz tendida que Miguel Ángel hizo corazón”*.

*Adaptación de un verso de Adolfo Burriel del poema “Es el tiempo" escrito para Miguel Ángel Blanco