El
partido que gobierna España -los matices que la globalización y el imperio le
permiten- se define, ufano, heredero de la tradición cristiana, pero parece
olvidar que la ruptura que sufrió el judaísmo con el mensaje de Jesús de
Nazareth fue el perdón, el rechazo frontal de la ley del talión, del ojo por
ojo y diente por diente. El marco penal en el que se inscribe España tiene como
basa, fuste y capitel una vocación reinsertadora, una aspiración que sustituye a la venganza
revanchista por el castigo con un empeño, quién comete un delito puede
incorporarse a la convivencia pacífica. Nuestros ministros reniegan de su
sustrato ideológico y sus palabras son gotas de agua al albur del sol; caen y
desaparecen. Gil de Ostoaga purgó 13 años de su vida en la cárcel. Consciente
del sinsentido del uso de la violencia como herramienta política y asistido por
la ley, intachablemente aplicada por la juez Ruth Alonso, obtiene el tercer
grado penitenciario. Podría haber sido un ciudadano anónimo cuyos cotidianos
paseos reprobasen la barbarie. El gobierno, con la dureza frágil del
cristal, con la estupidez del altanero,
acusa a la juez (amenazada por ETA) de cómplice. Sería recomendable comprender
el mensaje de la película “Yoyes”. Gil de Ostoaga ya no es una cuña contra la
violencia, desde ahora es un mártir.