domingo, 18 de enero de 2015

QUIEN DECIDE EL ESTILO...

Las aguas del Nilo se convirtieron en sangre y así murieron todos los peces imposibilitando el alimento a los que vivían de la pesca en el gran río. Posteriormente, las calles de las ciudades egipcias se llenaron de ranas; las cabezas de sus habitantes, de piojos y pulgas; sus casas y establos, de moscas. Pese a ello, el faraón no liberó a los esclavos israelitas. Más tarde, murió todo el ganado, enfermó la población entera, una tormenta de granizo destrozó los campos. El faraón pareció cejar en su empeño y prometió liberarles si Moisés ponía fin a las torturas. Este cumplió con lo solicitado, pero el monarca se desdijo. Un enjambre de langostas arrasó lo poco que quedaba en las tierras cultivadas y los árboles que quedaban en pie; durante tres días no vieron la luz del sol. El faraón seguía en sus trece, y los esclavos, en su esclavitud. Hasta que llegó la décima plaga, la que derribó la faraónica voluntad. Todos los primogénitos, incluido el heredero al trono, encontraron súbitamente la muerte. Los israelitas consiguieron al fin su libertad y emprendieron el camino hacia la tierra prometida.

SIEMPRE FALTA LANA

Debe de ser que las ovejas no dan lana suficiente o que no se puede elaborar el tejido sintético necesario para fabricar una manta con las dimensiones adecuadas para arroparte con seguridad los pies y con libertad la cabeza. Al parecer, cuando parece que nuestra seguridad se pone en entredicho, esas autoridades que bien nos quieren, se desvelan intentando encontrar la forma de calentarnos los pies. Pero siempre, siempre -ya digo, por ausencia de ovejas o de material sintético- encuentran la misma solución: destejer la parte que nos cubría la cabeza. Lo curioso es que, fruto de tanto desvelo, han destejido mil veces la parte alta de la manta sin que sintamos más calor en los pies. Tantas que la manta se ha convertido en un cinturón que nos deja al aire todas las vergüenzas mientras permanecemos postrados en el colchón.