domingo, 19 de febrero de 2017

A MAMÁ Y A PAPÁ

Desde bien pequeñajos nos trampean con esos juegos que presentan dilemas irresolubles, bien porque no tenemos respuesta, bien porque sabemos que definirse a las claras por cualquiera de las dos alternativas acarrearía severos problemas. El primero en la frente es aquel que te pone en la tesitura de elegir entre las querencias a tu mamá y a tu papá. La respuesta obvia, amén de políticamente correcta, es la que no hace distinción y busca una salida por la tangente. «A los dos igual», decimos. Y nos insisten:_«Ya, pero ¿a quién quieres un poquito más?». Nos ponemos un poco ‘coloraos’ y tratamos de salir de esa cámara de tortura. Sin embargo, parece que en vez de aprender de aquella circunstancia, según vamos creciendo nos hacemos más torpes. Ya talluditos, cuando nos someten a estas disyuntivas, en vez de decir que ambos caminos son compatibles, nos vemos impelidos a tomar una posición. Los humanos, tan orgullosos de su situación dominante, del ‘sapiens’ que apellida a los de su especie, en realidad actúan con frecuencia de manera gregaria. A principios de la década de los cincuenta del siglo pasado, el psicólogo estadounidense Salomon Asch realizó una serie de experimentos sociales en los que demostró que la presión de los miembros de una sociedad tenía poder suficiente para que un individuo modificase sus pensamientos iniciales, asumiendo los de la mayoría del colectivo al que pertenecía. En unos casos, ese cambio se producía por convicción; en otros, simplemente, el investigado decía lo que entendía que su grupo quería escuchar aunque fuera lo contrario a lo que pensaba. Lo cierto es que, más allá de ser dirigidos por la masa, parece que llegados a adultos nos sentimos obligados a alistarnos en alguno de los bandos que las preguntas nos ofrecen. Una vez alistados, claro, eliminamos la posibilidad de los espacios intermedios y ubicamos a los que hayan elegido la otra opción en el territorio enemigo.