En un pasaje de la calderoniana ‘La vida es sueño’, Rosaura se dirige a Segismundo
y le recita en verso lo misma historia que ya relatara Don Juan Manuel en el
décimo cuento de ‘El conde Lucanor’: “Cuentan de un sabio que un día/ tan
mísero y pobre estaba,/ que solo se sustentaba/ de unas hierbas que cogía./
¿Habrá otro, entre sí, decía,/ más pobre y triste que yo?/ y cuando el rostro
volvió/ halló la respuesta, viendo/ que otro sabio iba cogiendo/ las hierbas
que él arrojó“. En ambos textos la moraleja posterior invita al consuelo,
incluso a obtener ventaja, al hacerse uno consciente de que, por mal que vengan
dadas, siempre podrás encontrar gente en peor situación. Yendo más allá podemos
entrever que lo que lleva a salir de un atolladero es la certeza de que nunca
se toca fondo, el miedo a empeorar. Puede ser que ese estímulo proporcione el
vigor suficiente para revertir una situación dramática, lo cierto es que ambos autores
recuerdan cómo la fortuna sonrió al primer sabio, pero nada sabemos del segundo, quien, de no haber encontrado a su vez a un tercero aún más pobre, moriría de
hambre en cualquier secarral.