lunes, 26 de enero de 2009

LA PESCADILLA QUE SE MUERDE LA COLA

Tras leer la información previa, no supe si nos convocaban para disfrutar de un partido de fútbol o para observar a dos grupos de humanos citados en la antesala de un gabinete de psicología.
Si se trataba de dos equipos sumergidos en una depresión abisal que se encontraban en el mismo espacio físico, la terapia de choque no ha servido ni a los unos ni a los otros. Así pues continuarán, durante algún tiempo más, sumidos en las dudas existenciales que asolan sus respectivas mentes. El Espanyol preocupado por lo poco que ofrece, el Valladolid preguntandose qué más tiene que hacer. Se quejaba Mendilibar en este diario de la ausencia de carácter en su equipo. Curioso término éste. Todos, en el ámbito futbolístico, creemos entender su significado pero es distinto según cada quién: para unos es sinónimo de personalidad, para otros es una forma fina de decir ‘güevos’ o ‘mala leche’. Según mi versión, carácter es la capacidad para extraer lo mejor de cada uno en las circunstancias más adversas, la capacidad para tomar -y ejecutar- las decisiones correctas en los contextos menos propicios sin amilanarse ni sobreactuar. Conocemos futbolistas que, a las buenas, son buenísimos pero que cuando vienen mal dadas, desaparecen. El carácter, así entendido, es una característica innata que se educa pero ni se enseña, ni se entrena. Esta educación se realiza en los primeros años de la vida, de forma que un jugador de fútbol, cuando llega a la élite, ya lo ha definido. Como reza el refranero: «cuando se tiene pelo abajo, se aprende poco y con mucho trabajo».

lunes, 19 de enero de 2009

BOTELLA LLENA O VACÍA



Medio vacía. Tenemos 23 puntos, es cierto, la distancia a la frontera del descenso es aún sustancial pero, ay, nada tranquilizadora. El equipo ha perdido su frescura y parte de su osadía por lo que, en su caminar, parece un gorrión que deambula alicortado.
Asusta pensar que, del hatillo de puntos logrados, el Real Valladolid ha conseguido 15 frente a los equipos que ocupan los 7 primeros puestos y 8, sólo 8 míseros puntitos, ante los doce últimos. Somos los más torpes del pelotón de los torpes y podemos respirar gracias a una milagrosa racha que difícilmente se repetirá en la vuelta del desenlace. La testarudez de Mendilibar, queremos jugar como deben hacerlo los grandes pero no sabemos, nos aboca a una dramática conclusión. Cuando un rival se cierra nos convertimos en un felino sin uñas ni dientes expuesto a que cualquier accidente nos seque la cuenta. ¡Cuánto añoramos a Joseba Llorente! Su trabajo en la presión y su inasequible optimismo aportaba unos golitos imprescindibles que hoy no poseemos. Sin un delantero que golee, sin un centro del campo que cree, sin una defensa que merezca tal reconocimiento y con Sergio Asenjo hospitalizado, no se atisba una verde primavera.
Medio llena. Tenemos 23 puntos tras media liga jugada, con 46 nadie desciende. Los puestos de desahucio no se ven por más que giremos el cuello. El equipo ha mostrado sus óptimos argumentos futbolísticos frente a los mejores equipos de la liga, sólo la mala suerte y un exceso de confianza en algunos partidos -todo hay que decirlo- han impedido que al final de la primera vuelta superásemos la treintena de puntos. Con mejor fortuna y la lección aprendida se avista una cosecha primorosa tras una primavera propicia. Mendilibar sabe lo que quiere y su tesón siempre recibe recompensa, el equipo propone un fútbol vistoso y ha sabido reciclar al grupo tras la marcha de Joseba Llorente. En temporadas anteriores el delantero acaparaba los goles, hoy cualquier jugador se aprovecha del bagaje colectivo para anotar. El fútbol es cosa de rachas y saldremos de ésta. Cuando las lesiones permitan asentar al cuarteto defensivo titular, se recobrará esa confianza perdida y Zorrilla volverá a hacer la ola. No olvidemos que el equipo se ha mostrado sólido en casa y esto es, siempre, un depósito de tranquilidad. El Real Valladolid se está consolidando deportiva e institucionalmente y esta temporada supone otro pasito respecto al año pasado. Lo mejor está por venir.
En fin, dos formas de ver la botella cuando de ella hemos bebido la mitad. Tras los diecinueve tragos que restan conoceremos el desenlace. Quedan seis meses para sufrir o para soñar.

lunes, 12 de enero de 2009

FÚTBOL SIN VIDILLA NO ES FÚTBOL



Para muchos, la final del Mundial del 70, aquel Brasil-Italia, es el mejor partido de la historia del fútbol. Otros tendrán grabado algún encuentro por las emociones que le deparó en su momento. La calidad brutal de unos jugadores confabulados o la nostalgia de triunfos añejos conforman el acervo particular de nuestro imaginario futbolístico. Pues bien, salvo para cuatro ‘zumbetas’, esos partidos no son más que recuerdos del pasado, imágenes muertas, ya que siempre preferimos ver el partido venidero, vivo e impredecible. Esa emoción es la que nos mantiene despiertos frente al juego; cuando se extingue, el fútbol muere. El encuentro de ayer careció de emoción desde la expulsión de Marcos. No hubo más partido, nadie creyó, a partir de ese instante, que el guión escondiera un giro imprevisible que no deparase una derrota pucelana. Durante quince minutos nos alimentamos con la esperanza de que el partido del miércoles hubiese sido un mal sueño. El Real Valladolid salió con otro talante, con más decisión y acercándose con buen criterio a la portería gijonesa. Gaseosa. No sabemos si por falta de concentración generalizada o por la desubicación de algunos jugadores -Luis Prieto en el lateral derecho, Iñaki Bea reién llegado a la titularidad tras meses parado- se concatenaron una serie de errores que propiciaron el 1-0. A partir de ahí el equipo cayó como un castillo de cerillas. Un ratito mortecino y la tarjeta roja dieron al traste con cualquier atisbo de esperanza. El resto del partido fue una hora de lánguida espera que precede a una semana de dudas.
Cuatro partidos perdidos -tres de Liga y uno de Copa- de forma consecutiva tiran por la borda la alegría de una afición que soñaba con un año sin agobios y que empieza a runrunear.
Más allá de las bases del estilo de Mendilibar hay algo innegable: su equipo siempre propone. Algo que no ha ocurrido en el periplo gijonés. Tendrá que ver con el momento físico de la plantilla o con cierto grado de conformismo, pero el inicio de una cuesta abajo siempre acarrea un riesgo, hoy por hoy, innecesario. Estamos ante el segundo bajón de la temporada, del primero se salió con matrícula de honor. El partido de vuelta de la Copa puede abrir la espita por la que se reinicie otra escalada.
Hace un mes, el Valladolid se codeaba sobrado con los equipos de la parte noble de la tabla y miraba con ilusión el cuadro copero. Tras un aciago comienzo de año, los próximos dos partidos de liga y el de Copa, todos en casa, marcarán el ánimo con el que se afrontará el tramo decisivo de la temporada. Es la hora de la afición: hay que apoyar ahora para exigir despues.

lunes, 5 de enero de 2009

FÚTBOL PARA EL TELETEXTO

Habrá quien justifique un estilo con un resultado, habrá quien defienda que lo único valioso tras un partido son los guarismos dibujados en el marcador. No me apunten en esa lista. Si el fútbol no pudiera ofrecer más que lo que ayer vimos en Zorrilla, nunca me habría acercado a un estadio. Desde niño ya sabría que eso no me gustaba y habría buscado otras alternativas para disfrutar de mi tiempo de ocio. De la misma forma que dos no se pelean si uno no quiere, no habrá un buen encuentro futbolístico si un contendiente decide que no lo haya. El Real Valladolid no cejó en su empeño de crear fútbol pero todos los caminos se anegaron en las turbias aguas racinguistas. Los cántabros no vinieron a jugar, el ¿fútbol? que mostraron porta en sus entrañas a su propio asesino. Probablemente muchos aficionados del Racing sentirán un remusguillo de satisfacción pero la reiteración de bodrios semejantes desertizaría, a medio plazo, los estadios. En principio consultaríamos el resultado en el teletexto y después la nada. Es el fútbol que mata al fútbol. El año pasado, el Racing ganó en Pucela dejando un aire de superioridad insultante. Comprendimos el estado de felicidad que se había decretado en El Sardinero. Lo de este año es una afrenta al buen gusto. Vimos a un equipo ‘piraña’ que vive de la sangre ajena. Se llevaron los tres puntos pero la victoria -toda victoria- es efímera. Este juego despojado de los triunfos, hecho que más temprano que tarde habrá de suceder, soliviantará a los que hoy sonríen al recordar, con gafas de cerca, el resultado.
Tácticamente mostraron muy pocos recursos, en realidad uno sólo. El regreso de Zigic impone esa insistencia ya que, por sus características, mediatiza las opciones ofensivas que se circunscriben al envío de balones en largo hacia la cabeza del serbio y, a partir de ahí, el resto se aprovecha del caos generado en su entorno. El plan B consiste en aprovechar cualquier error del rival. Y ese error se produjo. Un centro blandito no lo pudo atajar Justo Villar y un remate sin oposición certificó el resultado. Pero culpar al buen portero paraguayo de la derrota sería mendaz e injusto. Parece obvio que la labor de un portero es parar pero hay una que le precede: evitar tener que hacerlo. Su arrojo libra de muchos peligros a la portería vallisoletana, manda y domina en el área, sale e impide muchos remates. Otros porteros, que se cobijan bajo el larguero y luego lucen sus palomitas, cuando encajan un gol se escudan en que el disparo era imparable. El trabajo de Villar es menos lucido pero más lúcido. El árbol del fallo no debe tapar el bosque de una buena actuación. Estamos en buenas manos.