martes, 28 de febrero de 2023

SEÑUELOS

De sobra sabemos que no es lo mismo ‘árabe’ que ‘moro’. Los unos, que diría Feijóo, forman parte del elenco de las gentes de bien, los otros se apilan entre los que molestan. O los que dejan de molestar; sea el caso, por ceñirme al último depósito que por reciente aún retumba en esta macabra montonera: el de esas más de cinco docenas de migrantes que murieron ahogados frente a la costa de Staccato de Cutro, justo allí donde la planta de la bota Italiana pisotea contra el Jónico. No, no es el color lo que separa. O sí, el color, pero el de los billetes; que el respeto y la honorabilidad se miden por el tamaño de las carteras. 

Árabes eran los que habrían de convertir, 15.000 millones mediante, a Salamanca en una Dubai sin mar pero con piedra franca de Villamayor. Un conseguidor, derivación patria de campeador, de conquistador, a módico precio alisaría el camino. El señuelo funcionó en una tierra acostumbrada a leerse en pasado, triste al otear el presente, exhausta ante tanto condicional, ávida de un futuro perfecto. Tanto, que olvidó el indicativo para dejarse embaucar por un fantasioso subjuntivo. Cuando llegue, ya verás cuando llegue. La tecnología, la innovación, son palabras fetiche que envueltas en ‘porque sois lo mejor’ ablandan cualquier defensa.