lunes, 22 de abril de 2019

SE LE VE AUNQUE NO APAREZCA

Foto "El Norte"
Posiblemente en alguna situación parecida a esta, si bien muchos siglos atrás, el ser humano agarró sus miedos y los atenuó valiéndose por primera vez de un recurso exclusivo de los de su especie que posteriormente fue conocido como ‘oración’. Después, con la erosión lógica por el manoseo de cientos de generaciones, la oración fue adaptándose a los diversos ritos religiosos que fueron, son y serán y tomando formas concretas en función de las diferentes dificultades ante las que la propia existencia nos aboca o los simples hechos ineludibles a la propia existencia como la enfermedad o la muerte; pero antes de todos esos procesos antropológicos, antes de invocar a diosas de la fertilidad o a deidades que procurarían fértiles cosechas, algún ser humano quiso encontrar auxilio más allá de sus propias fuerzas cuando comprendió que estas no eran suficientes. Fue, por tanto, un momento de absoluta modestia, unos segundos en los que nuestro pasado asumió que ni las propias fuerzas, ni su orgullo, tenían ya capacidad para salvarle el pellejo. Quizá le fue bien y lo atribuyó a la plegaria. Tal vez estando a punto de ser devorado por alguna fiera que le había atacado en campo abierto en una jornada de caza, sintiéndose ya alimento de la bestia, se encomendó a algún supuesto ser superior para que algo ocurriese que revirtiera la situación e, inmediatamente, el animal caía abatido por una certera pedrada lanzada por algún congénere. Nuestro primario protagonista, en tal secuencia de hechos, ante lo que pudo ser sin más una bendita casualidad temporal, advirtió una relación causal que relacionó el ruego con la presencia salvífica de su pariente.
Siglos más tarde, el psicólogo estadounidense Abrahan Maslow, queriéndose adentrar en el comportamiento humano, expuso una teoría en la que, tras escalonar nuestras diferentes necesidades en forma de pirámide, afirmaba que, en la medida que las de abajo se iban satisfaciendo, se creaban unas nuevas que Maslow apuntaba en el piso subsiguiente. En la cuarta planta, siempre según este psicólogo, habitan las necesidades de reconocimiento. Y vaya sí son importantes estas necesidades, tanto que no sé si incluso deberían ir más abajo. Necesitamos ser aceptados en nuestro ámbito y, por lo mismo, llevamos mal, muy mal, sentirnos responsables de un mal que afecta en ese entorno propio. No en vano dedicamos buena parte de nuestro tiempo a encontrar la forma en la que aminorar las consecuencias de nuestros errores, cuando no a evitar que aparezca la relación entre el error y ese autor que soy yo.