Unos se pueden creer buenos, más que buenos o los mejores.
Pueden incluso serlo. Si además, en su entorno les repiten una y otra vez -bien
en confidencias, susurros que se tornan suaves caricias al oído, bien a coro en
los happening de su organización, voces que se vuelven abono para el ego- que
nadie como ellos; si dicho entorno, tanto da si convencidos de ello o haciendo
como si lo estuvieran, juzgan como injusto, casi como una afrenta, que el
resultado de unas elecciones no esté al nivel de dichos halagos, se corre el
riesgo de pasarse de frenada, de no medir bien los resultados. Valladolid Toma
la Palabra disfruta con su hermosura cuando se mira al espejo. Lo que, si no
son capaces de actuar sustrayéndose de ello, puede abocarles a una larga
travesía por el desierto porque la política no va de hermosuras, merecimientos
ni bondades. Y aunque, visto lo visto en otros lares, obtuvo un buen resultado,
perdió un concejal y su anterior socio
ganó tres. Una realidad que le quitó la etiqueta de imprescindible para
alcanzar una mayoría. La política es aritmética.