Aun sin la belleza sublime con la que en ‘Cinema Paradiso’
el viejo Alfredo despide, por no decir destierra, al adolescente Toto, “no
regreses, […] no te dejes engañar por la nostalgia”, todos los que en sucesivas
oleadas fuimos dejando el pueblo llevábamos en la maleta un mensaje similar.
Entendimos rápido que solo se podía progresar, sea lo que ‘progresar’ sea, a la
luz de los focos de las ciudades. En realidad, los que nos lanzaron, con su
amor, con su corazón roto, no tomaron esa opción por un deseo expreso de que
abandonáramos un modo de vida, sino con la asunción de que ese modo de vida, el
de ellos, el de todos los que estaban antes que ellos, les había abandonado
abruptamente.