Acabó agosto y,
como de costumbre antes de arrancar cada
curso, cogí la
bici y me alejé todo lo que un tren permite. Quiso la casualidad que
el rincón que correspondía visitar este año fuese Cataluña,
así que
allí anduve,
por toda la línea de costa que va desde el Delta del Ebro hasta
Barcelona, pedaleando durante los días previos y el propio de la Diada. El visitante no
percibe hostilidad por llegar de donde llega. Las conversaciones son fluidas
sobre cualquier tema que pueda salir a colación, pero del 'asunto', ni palabra. Supongo que el
magma fluye por debajo de forma imperceptible para quien está de paso.