jueves, 30 de mayo de 2013

AQUÍ ME TIENES, ESPAÑA

Él oye el sonido del teléfono y traslada el auricular a su oído con la calma propia de quienes han aprendido a someter todos los movimientos a una disciplina gestual.
-Sí, dígame.
Del otro lado del hilo le llega la voz cadenciosa de una mujer que, por el tono lastimero, denotaba una angustia que hacía presagiar una situación desesperada.
-Buenos días. ¿Es usted José María? 
Un sonido gutural le sirve para dar razón a la pregunta retórica de su interlocutora y que da pie a que esta vaya perdiendo el miedo y entrando en conversación.
-Me alegro de hablar de nuevo con usted, no sé si me recuerda, mi nombre es España y ahora, más que nunca, le necesito.

lunes, 27 de mayo de 2013

VERDUGO REMOLÓN

A José Luis, a pesar de su timidez, no le faltaban recursos para encontrar novia. De hecho más de una chica estuvo tentada de dar ese ‘sí’ a su propuesta de relación, pero en el último momento todas salieron por patas en cuanto mentaba su trabajo: parecía que ninguna quería compartir lecho y vida con quien trata a diario, aunque sea profesionalmente, con cadáveres. Carmen no tenía mejor suerte, ser hija de un verdugo era una peste que alejaba a los hombres de su vera. Amadeo, el padre de Carmen, el verdugo, se topa con José Luis. Al fin y al cabo ambos trabajan con la muerte y en un Madrid provinciano estaban condenados a cruzarse. Amadeo debería recibir un piso, pero este, ya mayor, era consciente de que nunca podría disfrutar de ese beneficio porque se jubilará antes de la entrega. Entre una cosa, ayudar a su hija a encontrar marido, y otra, no perder el piso, José Luis es el denominador común. Si el joven se casase con su hija y aceptase la plaza de verdugo que quedará vacante tras su jubilación, mataría dos pájaros de un tiro: tendría yerno y piso. José Luis no veía muy claro el paso de trasladar cadáveres a fabricarlos él mismo, pero Amadeo le aseguró que sería poco más que un verdugo nominal, que no tendrá que matar a nadie. Oída así, la propuesta no le parece tan mal y, aun a regañadientes, acepta. Pero a las penas de muerte las carga el diablo y José Luis recibe una orden de ejecución. Quiere dejar el nuevo empleo aunque eso suponga perder el piso y el sueldo. 

jueves, 23 de mayo de 2013

CUATRO LETRAS


¡En qué pocas letras somos capaces de esconder tantísimas historias! En tan pocas como cuatro, las que forman la palabra tren. No hay cuatro letras mejor aprovechadas, cuatro letras que aprietan los botones de la memoria y la fantasía, cuatro letras que alimentaron sueños, que acercaron a padres e hijos, que permitieron que los pueblos no fueran tan pueblos, ni las ciudades tan inaccesibles. Cuatro letras que dieron besos, que nos llevaron a la consulta del médico o al internado dos veces por trimestre. Cuatro letras con las que podría empezar cuarenta relatos, unos de trenes perdidos, otros de trenes cogidos por casualidad. Podría contar cómo aquel día tuve que dormir en una parada de metro -porque las dos de la mañana del martes ya es miércoles- o hacerme el dormido porque el dinero en pesetas no me llegaba más que para Medina del Campo.

lunes, 20 de mayo de 2013

NO NOS PODEMOS QUEJAR


Sucedió una mañana de otoño del año 29 del siglo pasado, al menos así se ha transmitido de generación en generación hasta haber tomado cuerpo como leyenda urbana. John D. Rockefeller Jr se sentó, como cada día a esas horas, en un café donde, además de desayunar, un limpiabotas le daba lustre a sus ya de por sí lustrosos zapatos. Pero esa mañana había algo excepcional en la luz de la cara de ese hombre que se arrodillaba frente al magnate. Así, el hombre, sin poder reprimir el impulso, levantó la mirada y, entre betún, cepillo y trapo, se encumbró de palabra al privilegiado espacio onírico en el que, desde la perspectiva del limpiabotas, habitaban los Rockefeller. No nos podemos quejar de cómo nos van las cosas en la bolsa, dice dirigiéndose de tú a tú, al potentado. ¿A qué se refiere? le pregunta este atónito. A que invierto todo lo que gano en acciones, incluso he pedido un préstamo para comprar más, y en las últimas semanas no dejan de subir, nos vamos a hacer de oro, contestó aquel, satisfecho en este nuevo estatus. Todo lo que gana, barruntaba el segundo de los Rockefeller, todo lo que gana lo dedica a comprar acciones y además ha pedido un crédito ¿quién se las va a comprar a él si no hay un escalón más bajo en esta pirámide? Inmediatamente llamó a sus agentes y dio orden de vender todas las acciones que tuviera en empresas que no fuesen controladas por él. Pocas semanas después los mercados de valores se desplomaron como se desploma un castillo de naipes cuando el viento le sacude. Rockefeller se limpió el polvo de la chaqueta y siguió adelante; del limpiabotas solo se supo que tuvo que dar mucho betún para ponerse al día con el banco, si es que en alguno de sus días lo logró.

El Real Valladolid bastante tiene con sobrevivir, este año la cosecha no ha ido mal, el cerdo ha engordado en condiciones, y se ha garantizado los cocidos del próximo año. Sucede que esta celebración ha coincidido, tanto en el tiempo como en el espacio, con una fiesta absolutamente ajena, la de un F.C. Barcelona que ha jugado como tomando café sentado en el confortable sofá del hotel de su propiedad. Sin nervio, sin tensión. El Pucela ha querido ser cómplice y le ha guiñado el ojo como diciendo: «No nos podemos quejar...». En estas, el Barcelona se ha apropiado de todo lo que ganan los blanquivioletas cuando Jaime se ha apartado ante un tirito de Pedro, y del dinero de un préstamo solicitado por Marc Valiente y depositado en propia puerta. Un crac, como el del 29, que debería servir para aprender a no dejarnos embaucar. No somos ellos, a nosotros la vida nos cuesta mucho más.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 22-05-2013



jueves, 16 de mayo de 2013

HACE DOS AÑOS

Hace dos años era nada y era todo. De golpe la calle dejó de ser solar y recobró la vida, la plaza era, de nuevo, ágora. La política, esa peste de la que había que huir según los que siempre vivieron de ella, empezó a ser tema cotidiano de conversación con el peluquero, con la quiosquera, en el ascensor. Bob Dylan nos preguntaba que cuántas veces puede un hombre volver su cabeza fingiendo simplemente que no ve. Súbitamente se sufría por los efectos secundarios de la ingenuidad, haber regalado la política a unos pocos, haberla dejado en manos de unos personajes que se fueron convirtiendo en casta. Y así, con la desfachatez de quienes se saben impunes, regalaron el país para quedarse con las mordidas. No fueron muchos los que se lo llevaron crudo, pero fueron pocos, muy pocos, los que mantuvieron la dignidad, los que denunciaron que ‘la ley’ venía dictada desde arriba para que se sirviesen de ella como de un guante blanco. Regalaron el país mientras fingían emocionarse con sus símbolos, estos patriotas de pulsera rojigualda lloraban ante la bandera mientras entregaban en bandeja a sus paisanos.

domingo, 12 de mayo de 2013

EL BOSQUE DEL MIEDO


El verano de dos mil once miraba de frente a su fin, las puertas de los colegios estaban ya entreabiertas y mi periplo en bicicleta por Portugal había concluido esa misma tarde sabatina en las calles de Valença do Minho. Las pocas pedaladas que aún habría de dar servirían para cruzar el puente que atraviesa el río fronterizo que da nombre a la ciudad que despedía y poner pie en la gallega Tuy. Una vez allí podría tomar algún tren que me devolvería a casa. Pero resulta que el tren esperado no salía hasta las siete de la mañana del día siguiente y no pasaba por la estación situada en la ciudad sino en otra que, aun perteneciendo al mismo municipio, estaba ubicada en la parroquia de Guillarey. Ni el tiempo de espera, ni la distancia suponían, a priori, ningún inconveniente. La espera se lleva bien cuando es sábado por la noche y la distancia era de cinco escasos kilómetros, apenas nada para quien viene de recorrer casi mil a golpe de pedal. Pero ese estrambote escondía una sorpresa, unos cientos de metros que atravesaban un bosque en el que las copas de los árboles de un lado de la carretera besaban a las del otro. La oscuridad era absoluta, solo la luz del foco de la bici me permitía vislumbrar el borde de la carretera. Pudieron ser tres o cuatro minutos los que tardé en atravesarlo, pero hubo tiempo más que de sobra para comprender las innumerables leyendas sobre meigas que en Galicia se han parido. La Santa Compaña acechaba tras cada árbol, entendí lo que era el miedo a la nada, el irracional. El miedo es un resorte del instinto de supervivencia del que no nos hemos despegado ni siquiera cuando la razón ofrece argumentos para no tenerlo. 

jueves, 9 de mayo de 2013

BUSCO AYUDA PARA ENCONTRARME

Aunque solo sea por justificarme, primer vericueto que tomamos al ser pillados en cualquier renuncio, diré que perderse es la consecuencia lógica de llevar caminando tanto tiempo en este desierto llamado España. Quiero mirar hacia delante, pero solo veo un frente de dunas que, como las puertas que describía Sabina en calle Melancolía, niegan lo que esconden; eufemismos que suenan a ‘sí’ donde dicen que ‘no’. Lo peor, con todo, es que sé que tras ese frente no habrá vegetación sino más frentes. A veces, eso sí, un golpe de calor me hace perder la consciencia y creo estar en medio de un oasis, pero siempre hay un jarro de agua que me devuelve a la arenosa realidad.

domingo, 5 de mayo de 2013

DE MENÚ: PECHUGA DE PAVO

A la generalización del uso de cualquier avance le acompaña siempre un elenco de servidumbres que, en muchos de los casos, exigen otros nuevos avances. Nadie (o casi) discute que el coche aporta posibilidades que sin él no podríamos imaginar. Pero su uso generalizado, además de las contraindicaciones obvias, ha modificado hasta la estructura de las ciudades. Ahora los espacios de ocio, las áreas industriales, las grandes superficies comerciales, los hospitales...están completamente a desmano. En estas grandes ciudades, los diseños se plantean con la certidumbre de que, quien más, quien menos, tiene un coche disponible. Las menos grandes, efectos del mimetismo, imitan a sus hermanas mayores. El coche ha pasado de herramienta a arquitecto urbanista, de opción a necesidad. Otro tanto ha pasado con la alimentación. La industria ofrece una serie de productos que han arrinconado en el frigorífico a los que antaño eran la sota, el caballo y el rey. El bocadillo de chorizo (sin cortar en lonchas) ha ido perdiendo protagonismo ante la invasión de la mortadela o el pan de molde. Las meriendas de la chavalería actual se parece mucho a la dieta que nos (im)ponían nuestras madres cuando estábamos enfermos. Masticar la carne de animales engordados de forma artificial exige mucho menos esfuerzo del que nuestro organismo puede realizar. A los dientes, por ejemplo, no se les pide el trabajo para el que se han ido preparando a lo largo de miles de generaciones de homo sapiens, tienen mucho tiempo para bailar y terminan en cualquier lugar de esa pista llamada boca. Las ortodoncias se ven obligadas a recolocar unas piezas desubicadas por los desmanes de la pechuga de pavo. 

viernes, 3 de mayo de 2013

¿De qué hablan cuando hablan?

No hace tanto, o quizá sí, de aquellos tiempos en que sólo había dos cadenas de televisión. Podíamos elegir entre la primera y la uhacheefe pero rara vez lo hacíamos porque estábamos la mayor parte del tiempo en la calle. Cuando llegábamos a casa era para cenar y dormir. Menos los viernes que, al no haber escuela al día siguiente, se ensanchaba un poco, no mucho, la manga y, tras la cena, veíamos el Un, Dos, Tres. Entre preguntas y canciones, entre multiplicaciones y calabazas, aparecía, cada día con un disfraz, Antonio Ozores. Hablaba pero no se le entendía y de eso hizo profesión. Arrancaba carcajadas con un humor con un cierto barniz surrealista. Sus absurdos monólogos quedaron almacenados en mi subconsciente de tal forma que ese recuerdo aparece cuando escucho a muchos santones de la política o de la economía. Hablan en un lenguaje tan artificioso que resulta ininteligible, sus explicaciones del por qué pasa lo que pasa, son como las intervenciones de Antonio Ozores pero sin hacer reír. Lían sus discursos como un gato una madeja. Podríamos pensar que no somos lo suficientemente listos para comprender pero no es el caso, en realidad ocurre que han encontrado un lenguaje capaz de engullir palabras sin aportar nada, un idioma en el que pueden decir a la vez so y arre y convencernos de la coherencia de las dos órdenes dadas al mismo tiempo. De esta forma evaden su responsabilidad, esconden los errores de sus análisis previos y, sin rubor, se erigen en portavoces de la única verdad verdadera. Pero resulta que su oficio es –debería ser- el contrario: explicar con nitidez las cosas que afectan al común para que pudiéramos decidir con un criterio más formado. Pero date, eso nos convertiría en más soberanos y menos masa. Luego no (les) conviene.

jueves, 2 de mayo de 2013

EL NIÑO YUNTERO DE BANGLADÉS

Bangladés está a una docena de horas en avión o a noventa años en la memoria de nuestros antepasados. Allí, ahora, cualquier niño, cambie usted yugo por telar, “Carne de yugo, ha nacido/más humillado que bello, /con el cuello perseguido/por el yugo para el cuello.” Sus fotos nos atormentan, tanto hemos recorrido desde antaño, como el espejo que devuelve nuestras miserias. Ellos son los otros, la contrapartida, el mal necesario que soporta nuestras bien parecidas vidas. Ellos, cualquiera de ellos “Nace, como la herramienta, /a los golpes destinado”. Ellos que también, y en mayor medida, son ellas.
Miramos de reojo y sentimos lástima, ese extraño sentimiento que acomoda la tristeza al ‘qué se va a hacer’ que nos permite seguir viviendo como si nada hubiera sucedido. Pero ha sucedido, y sigue sucediendo que “Cada nuevo día es/más raíz, menos criatura, / que escucha bajo sus pies/ la voz de la sepultura.” Mirad de nuevo las fotos, de frente, porque ellos somos nosotros, su cara es la nuestra. Solo nos separa el azar, diez mil km allá o noventa años atrás que nosotros no elegimos. Bangladés es hoy lo que nuestros abuelos fueron. Ellos enrabietados, “Y como raíz se hunde/ en la tierra lentamente/ para que la tierra inunde/ de paz y panes su frente”, se rebelaron contra el cielo que les caía encima.