En uno de esos documentales sobre la
naturaleza que antaño emitían en la tele, y que quizá sigan emitiendo, con la
buena voluntad de facilitarnos una cabezadita tras la comida, un joven biólogo
narraba la forma de organización en las manadas de lobos. En un momento dado,
mientras nos contaba que eran los más jóvenes los que se encargaban de ir a
buscar las ovejas o cabras que habrían de convertirse en el alimento de la
comunidad, adornó la narración con un ‘aunque parezca sorprendente’. No cabe
duda de que el guionista era español de esta España donde lo normal, al
parecer, es que los viejos trabajen mientras los jóvenes, cual Vladimir y
Estragón, esperan en vano a su Godot particular llamado empleo. Debía pensar
nuestro guionista que los lobos jóvenes optan a salir a cazar presentando
infructuosamente un currículum en algún negociado de la manada mientras los
veteranos no dejan la plaza hasta la edad de jubilación. Pero no, los lobos
viejos esperan cómodamente sentados en algún claro del bosque que alguno de los
recién llegados a la edad adulta vuelva con las fauces manchadas de sangre tras
haber realizado la labor que a ellos les tocó en su día.