Mis ojos se ensucian de rabia y asco ante
esas fotos que colocan al hombre un peldaño por debajo del cerdo. Una soldado,
émula de Jonh Wayne, muerde un cigarrillo y con una sonrisa señala la polla de
presos iraquíes, un grupo de militarones se regodea tras amontonar a futuros cadáveres. En el amor y la guerra
no hay moral que valga más que el deseo de sojuzgar al vencido. Esto es la
guerra y así se escribe; se mata y se muere, pero sobre todo se humilla. Nada
es inocuo por más que sus impulsores pretendan revestir sus propósitos de
bienaventuranzas y disfrazar sus efectos con la seda de los eufemismos, por más
que acudan al catálogo de virtudes para declararla. En el bien entendido
pretenden llenar sus bolsillos de dólar y poder aunque emborronen discursos de
amor a su pueblo y gloria de dios por los siglos de los siglos. Saben de sobra
que ellos morirán viejos, cuidados y con un termómetro bajo sus aseados sobacos
tras haber sembrado la mierda de la muerte prematura lejos de sus casas. Y odio
que generará muerte, que generará odio, que... así el mundo no girará en el
sentido que marquen jóvenes armados de futuro sino por el recuerdo de los
desafueros sufridos por unos abuelos mancillados. ¿A ellos qué?